Bibiana Belsasso

Polarizar o el rechazo a ser juzgado

BAJO SOSPECHA

Bibiana Belsasso *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bibiana Belsasso 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Usted es chairo o fifí?¿es conservador o liberal? ¿es partidario del Presidente López Obrador o no tolera más de diez minutos de mañanera? ¿apoya el derecho de la mujer sobre su cuerpo o no? ¿es creyente o ateo? Todo eso y muchísimo más es lo que nos define: cada opción establece nuestra personalidad.

Pero la misma, convive en un mundo de muchas y muy diferentes opciones. La polarización en la vida y en la política lo que trata es de anular esas opciones; polarizando dejamos de escuchar al otro y tenemos simplemente que elegir entre mundos y opciones que muy probablemente no son las que hubiéramos elegido. El mundo no está definido por blancos y negros, sino por una amplísima gama de grises. Eso es lo que se busca que ignoremos con la polarización.

Sin duda, en México existen fifís y chairos absolutamente recalcitrantes. Pero no son la mayoría: para casi todos nosotros hay capítulos en la 4T que nos parecen inaceptables y otros que son comprensibles y muy respetables. Ocurría con Trump y ocurre con López Obrador: la discusión pública busca que nos orientemos hacia uno de los polos, sin matices, y cuando eso sucede nadie gana, o mejor dicho, ganan los que están en esos polos.

El domingo pasado hubo elecciones en Chile. Después de 40 años de una transición, en muchos sentidos ejemplar, las elecciones del domingo concretaron lo que los polarizadores de izquierda y derecha querían. Se enfrentarán en la segunda vuelta dos candidatos absolutamente antagónicos que no tienen casi punto de contacto entre sí.

Estamos hablando de proyectos de nación tan distintos, que dejarán a buena parte de la población sin opciones más que elegir lo que consideren el mal menor. Ninguno es remotamente mayoritario, uno sacó 27 por ciento de los votos, el otro 25 por ciento; uno es un pinochetista declarado que apuesta en forma absoluta al libre mercado y que quiere restaurar el orden y el supuesto progreso de los tiempos de la dictadura, el otro es un hombre de las alas más radicales de la izquierda que desecha la transición y que quiere desarrollar un modelo redistributivo y alternativo, que puede sonar muy bien en el discurso, pero que parece estar a años luz de una economía tan enclavada en la globalización como la chilena que ha sido, además, una de las que mejor desempeño —precisamente gracias a la moderación y el acuerdo— ha tenido en el continente.

Gane quien gane, la ruptura será casi inevitable y la escasa gobernabilidad también. Entre 1969 y 1973, durante el gobierno de Salvador Allende, Chile vivió una situación similar que devino en el golpe militar de Pinochet. Cuando regresó la democracia, los que habían sido víctimas del régimen (y muchos de sus beneficios) lo entendieron muy bien y supieron que sin acuerdos sólo les quedaba la ingobernabilidad. Esa generación ya quedó fuera del escenario y las nuevas, de derecha o de izquierda extrema, parecen no haber aprendido nada.

Algo así lo vivimos en México casi todos los días, aunque aún no hemos llegado a los límites de otros países. Los responsables de esa extrema polarización están en el gobierno, pero también en la oposición. No se entiende que las diferencias si se discuten y debaten, nos hacen más inteligentes y nos acercan. La política de cancelación del adversario, tan fomentada en las redes sociales, nos hace cada vez más cerrados e ignorantes.

Una elección muy reñida

En Chile, el izquierdista Gabriel Boric (izq.) y el de extrema derecha, José Antonio Kast, disputarán la presidencia en segunda vuelta, en un proceso muy polarizado.
En Chile, el izquierdista Gabriel Boric (izq.) y el de extrema derecha, José Antonio Kast, disputarán la presidencia en segunda vuelta, en un proceso muy polarizado.Foto: AP

Esta semana, en El Mundo de España, publican una entrevista con Ed Tronick, catedrático de Psicología en la Universidad de Massachusetts y uno de los grandes pioneros de la psicología, a propósito de su nuevo libro El poder de la discordia (Ariel), escrito en colaboración con Claudia M. Gold. Ahí Tronich explica que discutimos mal y no aprovechamos la oportunidad que ofrece el no estar de acuerdo. Y propone vivir la discusión y aprovecharla para entenderse en el futuro. Aceptar el desacuerdo, sobre el tema que esté en debate y experimentarlo conscientemente.

La discrepancia, dice Troniche en esa entrevista con el periódico español, “aumenta nuestro nivel de tolerancia y nuestra capacidad para el respeto… mis años de experiencia me han demostrado, con evidencias clínicas, que el conflicto no sólo es saludable, sino que es esencial para el crecimiento personal”.

En realidad, lo que sucede, dice el psicólogo, es que las personas conectamos y desarrollamos nuestra comprensión a través del desentendimiento. “Asumir que no entiendo lo que me estás diciendo, pero, intencionadamente, ser tolerante, intentar entenderte, incluso cuando noto que vengo de un lugar completamente diferente, implica ser curioso y pensar que igual tienes razón en algo. En resumen, es atenderte". Dice el autor que el libro intenta colocarnos donde no queremos para intentar llegar a donde nos gustaría: a aceptar a los demás pese a que no los entendamos. Me parece un concepto fascinante.

Cuando gobernaba Trump, y Joe Biden había hecho un esfuerzo notable para romper con ese círculo vicioso, lo que hacía el entonces mandatario era llevar todo a las antípodas para romper el diálogo social. Durante décadas, con todas sus diferencias, republicanos y demócratas pudieron dialogar, construir acuerdos conjuntos, incluso de alguna forma cogobernar. A partir de Trump, en realidad desde las épocas del tea party, eso fue casi imposible. Pero es más, con la propia dinámica de las redes sociales y sus algoritmos, la gente cada vez se sumió más entre los suyos y comenzó a ignorar a los otros. Lo que eran simplemente amigos o vecinos que pensaban diferente se convirtieron en enemigos. Y nadie escucha al otro y sólo se alimenta de los dichos de los suyos.

Algo o mucho de eso estamos viviendo en México: cada día nos escuchamos menos, cada día hay menor capacidad de diálogo, cada vez más el otro se convierte en un enemigo. Y en el camino nos hacemos cada día más intolerantes.

Al final, dice Tronick, “lo que todo el mundo quiere es que se le entienda sin ser juzgado”. Y así nos entendemos cada vez menos.