Primero: Los recientes hechos de violencia en Irapuato, Guanajuato, nos desnudan como sociedad, caminamos como una sociedad extraviada, en un país donde la relevancia de la muerte ha pasado a segundo término, tal y como nos la recuerda José Alfredo Jiménez (+) en su canción “Camino de Guanajuato”, por cierto, oriundo de esas tierras, “allá en mi León, Guanajuato, la vida no vale nada”, hoy esta letra cobra vigencia no sólo en el Bajío del compositor sino en todo el territorio nacional.
Segundo: La muerte de 26 jóvenes en una nueva masacre a manos del crimen organizado, sólo nos recuerda el descuido social que hemos tenido en el seno de nuestras familias. Los que fueron asesinados, estaban recluidos en un anexo buscando escapar de un mundo al que nunca debieron llegar (las drogas); los que los asesinaros, faltos de amor, compasión, cariño por el prójimo y faltos de oportunidades, a sangre fría y de manera despiadada, cual cacería hicieron de este hecho su examen para pertenecer o reafirmar su afinidad al grupo social más ruin de una sociedad, el de los sicarios.
Tercero: Antes fueron 43 en Ayotzinapa, Guerrero, en septiembre del 2014. 193 en San Fernando en Tamaulipas, en abril del 2011. El primero vigente hoy por una nueva verdad histórica según las autoridades que investigan el caso. No debemos extraviarnos y recordar que todos estos jóvenes que han muerto masacrados, al igual que sus asesinos, fueron procreados en una relación de amor de pareja, algunos de ellos formaron familias y que por muchas razones sociales algunas terminaron desintegradas y con hijos a la deriva, algunos educados por madres solteras carentes de todo, algunos otros educados por los abuelos y, los menos, educados por las calles con hambre y frío, limpiando parabrisas en las esquinas y conociendo las drogas.
Cuarto: Ante la realidad de nuestros muertos en México, sí--porque--son nuestros muertos- como bien nos lo recuerda la película el Guasón, dirigida por Todd Phillips, que nos exhibe como sociedad a nivel mundial, sumergida en el materialismo e indiferente con los descalzos, de poco amor por el prójimo y de una necesidad apremiante por la acumulación de riqueza, se nos olvida el legado de Marco Aurelio, el emperador romano que pidió que cuando lo llevaran a sepultar, sus manos colgaran de su ataúd, para que todas las personas observaran que cuando te llevan a tu última morada “las manos van vacías”.
Quinto: En México, hoy somos una sociedad extraviada, debemos reconocerlo y corregir el rumbo. No podemos desear que los maestros en las aulas provean el amor y el cariño que sólo pueden dar los padres a sus hijos, es urgente repensarnos como sociedad, los ídolos de nuestros niños no deben ser los que le quitan la vida a otro por un sueldo y menos culpar a la autoridad.