Escucho Concierto para Clarinete y Orquesta, de Wolfgang Amadeus Mozart, el cual alterno con Gymnopédies, de Erik Satie, mientras releo Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. La marejada melódica intimista del amado de los dioses se empalma con el hechizo de los valses del excéntrico francés. “Dudo en dar el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza, a este desconocido sentimiento cuyo tedio y dulzura me obsesionan”: me dice Cécile, la adolescente protagonista de la novela de Sagan. El Adagio mozartiano dialoga con los espejismos de Satie.
La nevisca cae sobre Salzburgo, 27 de enero de 1756: Anna María, esposa de Leopoldo Mozart, da a luz a su séptimo hijo a quien le llamará Wolfgang Amadeus. Tres años después, ese niño juega con el clavecín de su hermana para buscar “las notas que se quieren, los conformes precisos”. El padre violinista le pide que cante: el infante antes de irse a la cama, modula la tonada “Oragnia figatafa”.
Veo a Cécile bailando sobre las amplitudes melódicas de un concierto estructurado en densidades sonoras alejadas de efectos: Mozart en estado puro: despliegue de sus potestades para incitar-inquietar-emocionar al oyente desde la tersura. Concierto para Clarinete y Orquesta: cautelosa exposición de turbaciones: remembranza de acentos de la música de cámara. “Es un sentimiento tan completo, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, mientras la tristeza me ha parecido siempre algo honroso”, especula Cécile. El clarinete expande su dolor sobre el manto de la mañana: una lágrima humedece mi mejilla.
Erik Satie, figura extravagante de la música francesa. Debussy lo admiraba; John Cage lo reconocía como maestro. “Soy un compositor medieval que por casualidad deambula por el siglo XX”, así se describía Satie. Pianista en los cabarés de París y admirador de la música popular presente en sus composiciones irreverentes (Pieza en forma de pera, Música para mobiliario, Sócrates...).
Gymnopédies (1888), piezas para piano solo, que fueron orquestadas después por Debussy y han sido retomadas por músicos de diversos estilos (cámara, jazz, mambo...). Danzas ensoñadas de distribución simple y fáciles de ejecutar que sorprenden por su asombrosa conformación. Célebre el ballet Parade, para la crítica su mejor partitura, que incluye una máquina de escribir, la sirena del Titanic y un conjunto de botellas que debe ser tocado por un ilusionista chino.
Satie, consumado excéntrico de los espacios bohemios del París de principio del siglo XX, padecía de halitosis y pasaba largas temporadas sin bañarse. Tocaba el piano y la mugre de las uñas se confundía con las teclas negras. Nadie entró nunca a su departamento ubicado, según él, en “Calle del dolor de riñones Bajo Alto, piso 17382” donde lo encontraron después de diez días sin dar señales de vida por el hedor que inundó todo el edificio. Allí estaba el traje gris con las mangas mugrientas y el sombrero de copa ceniciento. Encontraron también cien paraguas y partituras embarradas de mermeladas de fresa. Escucho Sarabandes para piano: un aroma antiguo como de folio de Melquíades se expande en la sala del departamento. Bailo con la adolescente Cécile, abstraído en la cadencia rancia de Satie.
Portada "Buenos días, tristeza"
- Autora: Françoise Sagan
- Género: Novela
- Editorial: Cátedra