Pessoa, Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos en la pandemia

LAS CLAVES

CARLOS OLIVARES BARÓ
CARLOS OLIVARES BARÓ
Por:
  • Carlos Olivares Baró

Fernando António Nogueira Pessoa (Paseo San Carlos, Lisboa, 13 de junio, 1888-Hospital San Luis, Lisboa, 30 de noviembre, 1935): Fernando Pessoa que no es Álvaro de Campos ni Alberto Caeiro ni Ricardo Reis ni Bernardo Soares ni António Mora ni Rafael Baldaya... Ni Pessoa. Distintivos, heterónimos y ortónimos (su propia pessoa). (No son seudónimos: la vida, su caballete). Infancia: somnolencia ruidosa del atisbo errabundo de la abuela excéntrica. Unos quevedos, un tricornio y un mostacho recortado pasean por la ribera de El Tajo: uno de los mayores bardos de la lengua lusitana concurre elegido por la humedad de la corriente. Folios enrollados en un cofre. / Tomo el sol en la azotea, me acompaña Ricardo Reis.

Drama en Gente. Antología (FCE, 2000), Fernando Pessoa —selección, traducción y prólogo de Francisco Cervantes—: “El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / Que llega a fingir que es dolor / El dolor que de veras siente”. He venido a la galería más alta del edificio donde vivo a calentarme con los rayos solares del mediodía. Leo a Ricardo Reis quien le dice a Lidia: “Somos extranjeros / donde quiera que vivamos. Todo es ajeno / y no habla nuestra lengua. / Construyamos con nosotros mismos el retiro / donde escondernos, tímidos ante el insulto / del tumulto del mundo. / ¿Qué quiere el amor más que no ser de los demás? / Como un secreto pronunciando entre misterios, / sea sagrado por nuestro.” Sí, aquello que nos pertenece es de nosotros en su designio y en la ramificación de la virtud que se diverge en la sombra.

La gracia de Dios, luz solar de estos primeros días de junio, alumbra las planas de este drama en gente: heterónimos significativos del sumario pessoaiano que me dedicó hace 20 años —junio del año 2000— el poeta y traductor Francisco Cervantes (“Para Baró que algún aroma tiene este apellido de los ancladeros vistos desde lejos en un batiente de sollozo antiguo de su linaje africano”. México, DF, Junio 2000). Veo la caligrafía del autor de Los huesos peregrinos, abrazo el volumen y a tientas dispenso la infelicidad de esta siesta: “No todos son días de sol / y la lluvia cuando falta mucho, se pierde. / Por eso tomo la infelicidad con la felicidad / naturalmente, como quien no le extraña”, me canta en una evocativa cadencia de fado Alberto Caeiro.

Cierro los ojos. Alguien corre por las escaleras. Una joven sube y se pone a lavar una blusa blanca en la batea del pasillo lateral. Veo el burbujeo del jabón en sus manos de muchacha. “Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace”, dice Fernando Pessoa en las primeras cuartillas de la antología. Ella se consagra en la espuma. Yo recito para mí: “En este mundo en el que olvidamos / somos sombras de quien somos, / y los gestos reales que tenemos / en el otro donde almas, vivimos, / son aquel guiño y asomo”, insiste Pessoa. Ella tiende en el cordel el corpiño blanco, me dice “Buenas tardes”, se va canturreando una melodía de sencilla calma. Sigo bajo la refulgente desnudez de la tarde que viste el asombro y presagia el sueño. / “La belleza es el nombre de algo que no existe”, ríe Caeiro cuando me ve que olfateo el camisón tendido. “Me espera un insomnio de la anchura de los astros, / y un bostezo inútil de la amplitud del mundo”, me recuerda Álvaro de Campos. ¿Qué preferimos el olor del deseo o los deseos? Vaya azarosa pandemia que hace aparejos en mis veneros.

Drama en gente. Antología.
  • Autor: Fernando Pessoa
  • Selección, traducción y prólogo: Francisco Cervantes
  • Género: Poesía
  • Editorial: FCE, 2000
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