Carlos Olivares Baró
Releer y reescuchar en el verano
LAS CLAVES
Llega el verano: reviso los libros pendientes de lectura y los fonogramas que todavía esperan. Hay un cuajo de impaciencia en el fulgor del estío. Los destinos turísticos de playas se saturan. La ciudad recibe a los excursionistas, quienes desandan por el Centro Histórico con los ojos asombrados. ¿Qué hacer en esta temporada de soles manifiestos y canícula acechante? Mi vecino se va a Europa con toda la familia: me dice que le cuide el departamento. Una amiga me avisa de su viaje a Cancún con el nuevo novio; otra me invita a su casa de Cuernavaca. No puedo quejarme: tengo varias posibilidades, además de custodiar la casa del vecino.
Tomo la decisión de leer. Resuelvo poner en fila los discos recientes y escucharlos. El trabajo no cesa: sigo escribiendo notas para el periódico. No tengo vacaciones formales, pero me contagio del espíritu veraniego. Veo varios volúmenes, los cuales debo reseñar: ‘lecturas de trabajo’. Las editoriales siguen mandando ejemplares y solicitando entrevistas con los autores. Debo buscar un tiempo extra para esas otras lecturas íntimas, imperiosas e ineludibles.
He llegado a la época de releer, una actividad que en la juventud uno nunca acomete. La relectura es volver, regresar a esas franjas de motivaciones que dejaron huellas. No podría contar exactamente la trama de Crimen y castigo, pero sí puedo revivir las emociones de las escenas donde reí y lloré. Me sigue lastimando, por ejemplo, la expiación de Raskólnikov. Gracias a Sófocles sé llevar con dignidad mi soledad y mi sufrimiento. Con Edipo rey me adentré en las oscuras fuerzas que convergen en los atajos de la infelicidad humana. Leer para acumular turbaciones, para tener a mano un breviario de gozos entrañables. “Bramó como sólo Dios sabe cómo”, murmura el protagonista del cuento “Es que somos muy pobres”, de Rulfo: cuando lo leí en mis años juveniles una sacudida me arropó: todavía perdura ese jubiloso temblor en mi cuerpo.
Dos meses donde las solemnidades se echan a un lado. Julio y agosto envueltos en cadenciosas ligerezas. Quiero releer algunos capítulos de la segunda parte de El Quijote: los episodios del Caballero del Bosque, del Caballero de los Espejos y del Caballero del Verde Gabán. En desorden cronológico, visitar de nuevo Desgracia, la sobria, áspera y terriblemente hermosa novela de Coetzee. Y olfatear a Cioran otra vez en Del inconveniente de haber nacido. Y alentarme con Piglia en Blanco nocturno: registrar mis anhelos en sus pasiones y trampas. Y Reinaldo Arenas: Celestino antes del alba escribiendo versos en los troncos de los guásimos.
Retomar dos cuentos de Borges: “Emma Zunz” y “El Aleph”. La Invención de Morel, de Bioy Casares para dialogar con ese fugitivo acosado por la justicia que llega en un bote de remos a una isla desierta. / Me propongo reescuchar a Coltrane: A Love Supreme; Miles Davis: Kind of Blue; Chucho Valdés: Jazz Batá 2; Paquito D’Rivera: Habanera; Maurice Gendron: The 6 Cello Suites, de Bach; Paco de Lucía: Canción Andaluza; Sonny Rollins: Saxophone Colossus; Academy of San Martin: String Sonatas, de Rossini; Chucho Valdés & Paquito D’Rivera: I Missed You Too!; Glenn Gould: Goldberg Variations, de Bach. Releerescuchar: renacer.
- Autor:J. M. Coetzee
- Género: Novela
- Editorial: Mondadori, 2000
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