Carlos Olivares Baró

La Vastedad de Guillermo Sucre

LAS CLAVES

Carlos Olivares Baró
Carlos Olivares Baró
Por:

El jueves pasado murió el poeta, traductor, ensayista y crítico literario Guillermo Sucre (Tumeremo, estado Bolívar, 15 de mayo, 1933-Caracas, 22 de julio, 2021), autor del imprescindible Borges, el poeta (1967) y del célebre estudio, La máscara, la transparencia (1975), sobre la poesía latinoamericana. Traductor al castellano de André Breton, Saint-John Perse, William Carlos Williams y Wallace Stevens, entre otros. Catedrático de la Universidad Central de Venezuela, Universidad de Pittsburg y Universidad Simón Bolívar. Funda en 1957 la revista Sardio y trabaja varios años como director literario del prestigiado sello Monte Ávila. Premio Nacional de Literatura de Venezuela 1976 por La máscara, la transparencia.

Releo La Vastedad (Editorial Vuelta, 1988), poemario de Guillermo Sucre donde las “palabras tienen sombras pero no dan sombra”. Extensión, anchura, prolongación por los contornos del fulgor en la intersección del verano que dialoga con la “soledad del pasado”. La muerte de un poeta deriva en una llovizna de “ceñido esplendor en la vastedad”: anchuroso designio en el espejo de la música, allí donde “los mil senderos del bosque son el bosque /pero a ese bosque no se entra para encontrar / un sendero /sino para seguirlo / como los pasos que entre sí se alejan / y lo borran / al recorrerlo”.

Entro a estas ramificaciones de silencios que se hunden en la noche y pronuncian el eco del caudal inmóvil del tiempo. Cuando un poeta muere la funeraria de un deseo cotiza la anegación del cáliz para que las abejas zumben, derramen su almíbar en la brasa y no haya temblor ni desgarro sino una hebra desdoblada en el vacío. Ha muerto Guillermo Sucre: veo una transparencia de armonía de pájaros en vertical ascenso “No vivir siempre escogiendo: vivir lo que nos escoge // lo que cuenta de la vida (de la escritura) es que sea / infiel a la muerte (al silencio)”.

Esta lluvia se remite a las soflamas del poeta que cabalga por el silencio: la distancia ahuyenta a los testigos, el pájaro conversa con el bordeado aparejo del insomnio: un ritmo apresura la ronda: el dictado del poeta borra el acaso. El agua de la noche no permite el albor de los presagios: un paisaje me inunda y yo lo anego, un aliento configura el fluir. Plenitud: indicios: elevaciones: acrobacia: vuelo erguido: rosa de fuego: círculo mágico: aleteo de la mariposa cifrada en sucesiones de levedad aparente: quietud: dimensión: sonidos furtivos: retumbos. El poeta me roba el sueño que estoy soñando. Cuando un poeta precisamente, decide morir un jueves de julio salpicado de un invierno con dardos de rencor, sólo nos queda entrar en el rictus del sol ausente y morder en los pétalos la vastedad.

Primera instantánea: “El tiempo es una ráfaga. Es también una hoja suspendida entre el verano y el otoño, que nunca veremos caer. La respiración en vilo no admite arrebato ni memoria. Somos lo que es el animal sobre la tierra: la costumbre de ir devorándose en su propia piel. La luz nos frota como la arena en una playa donde nos vamos quedando solos. Con el mar y la noche. El viento. La sal que secretamente se extiende”.

Segunda instantánea: “No bañado sino penetrado de luz. No lo que nos refleja, sino lo que vemos. El cristal, no el espejo: una imagen vista sin través: nítida, pura, absoluta en sí misma, sin destello. Una imagen que es imagen. Un rostro que es un rostro —sobre todo por sus ojos, por su mirada.”

El poeta entra en la vastedad dando ensanchamiento a su cuerpo: geometría intacta. La llovida persiste detenida en los cristales.

La vastedad
La vastedad
La vastedad
  • Autor: Guillermo Sucre
  • Género: Poesía
  • Editorial: Vuelta