Escucho Las cuatro estaciones/Vivaldi: me detengo en el segundo concierto en Sol menor, “El verano”. Allegro non molto, el violín solista dibuja centelleos que intentan dialogar con el sofoco de los instantes de esta canícula de los días finales de julio. Adagio de abatimiento empinado seguido por un presto de anunciaciones. “El amor es un milagro que está por suceder”, dice el poeta Raúl Ortega Alfonso. (Quizás el otoño: tal vez el consuelo). El estío de Vivaldi transita por desvaríos perennes: hila un lapso de sacudidas absoluciones: dicta los impulsos del eco de una herida que cicatriza en la demora.
Dispongo la tarde de este viernes velado y quebradizo. Huelo la tinta de los folios de cuatro cuadernos de versos que me acompañan mientras el vivaldiano verano retumba en los rincones de este departamento que habito con mi soledad. Ella y yo nos entendemos. Ella y yo dormimos juntos. Cuando amanece, ella se va a saciar su sed a la cocina, mientras yo diviso en el espejo el grito de mi rostro invadido por el miedo de la derrota ya prevista. Sólo cuatro poetas para este fin de semana, pórtico de agosto: Raúl Ortega Alfonso: La cabeza que rueda; Odysseas Elytis: Dignum est; Heberto Padilla: El justo tiempo humano; Odette Alonso: Lo que transcurre.
“Agazapado tras el manto de la bruma / llega el amanecer / la arena hace montículos que el viento desperdiga. / Todo adiós es el mismo / repetido / la isla que se hunde / el beso ajeno”: dice Odette Alonso. Ella sabe que acontecer es esperar: detenerse en una estación a la intemperie y ver los instantes abrazados a turbadas peticiones. Odette siempre en sus delirios con la Isla. Su poesía, leve y de cadencia sosegada borda el silencio, ahuyenta las convulsiones. Ocurro con ella: la euritmia de Vivaldi persiste.
“Tanto la embriagó el zumo del sol / Que abatió su cabeza y aceptó ser / Poco a poco ¡la pequeña muchacha de naranja!”: se entremezcla la voz de Odysseas Elytis con los afines de los violines vivaldianos. Caldo de luz, el verano. Amarillos flotando en el cielo y la adolescente fruto embriagada y luminosa en los vaticinios del mediodía. Doncella de “Nombre fresco como si se hubiera criado en el mar / O viviera con una azul primavera en el pecho”.
“Escucha: la dicha puede renacer. / El goce vacila, se alza; de pronto reaparece”: Heberto Padilla. Vivaldi enarbola el presto, la tarde se aleja de la fragilidad: el verano irrumpe como un niño erguido.
“Cuántas cosas me han impedido decir el miedo y la vergüenza. / Nadie puede sentirse orgullosa de haber sobrevivido en el infierno. / Cuando ya se me había terminado las reservas del amor y el odio que tenía que dar, me sostuvo la sinrazón de saber que debía firmar el testimonio”: Ana Ortega-Raúl Ajmátova Alfonso. La muerte es lo que se eterniza en el abismo. “Toda escritora es un monstruo, y no lo dije yo, pero en mi interior siempre lo supe, o una escribe huyéndoles a los monstruos o terminas convertida en uno de ellos”: Alejandra Ortega-Raúl Pizarnik Alfonso. El poeta y narrador Raúl Ortega Alfonso desdoblado en esa mujer que lleva dentro en un catálogo de estrofas donde el silencio grita frente al mercurio del espejo. Vivaldi dibuja cifras de bemoles exaltados.
La cabeza que rueda
- Autor: Raúl Ortega Alfonso
- Género: Poesía
- Editorial: Ápeiron, 2023