La estatua y la revocación

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

“¿Para qué quiero estatua si tengo al pueblo?”, preguntó el Presidente López ayer al comentar su efímero monumento de cantera rosa erigido y destruido en Atlacomulco, Estado de México, al final del año pasado. Como afirma y ocurre, si tiene al pueblo ¿para qué quiere entonces una consulta sobre revocación de mandato?

AMLO agradeció el gesto, al tiempo que recordó que no desea monumentos ni su nombre en calles o escuelas. “Amor con amor se paga” y “El pueblo es agradecido, es mentira que no aprecie”; afirmó que a diferencia de los potentados que norman sus afectos a la conveniencia, los pobres son leales.

Es más, aseguró, en las elecciones intermedias fueron justamente los pobres los que sacaron adelante el proyecto transformador y develó que en el 2000 fueron los pobres de Iztapalapa quienes le dieron la victoria frente a Santiago Creel.

Y serán las clases más desprotegidas las que harán la consulta de marras y también quienes muy probablemente refrendarán a Morena en el poder para 2024.

Entonces, ¿para qué una costosa consulta? Por lo que representa, por marcar un sello, por hacer historia, para ser recordado más allá de estatuas y calles.

Los símbolos que todo régimen requiere implementar en el imaginario colectivo cuestan mucho y los tiempos pandémicos e inflacionarios no son los mejores para darnos esos lujos.

Las cuentas no cuadran cuando se revisa el tema, por ejemplo, de la no venta y no rifa de un avión emblema de ostentación gubernamental.

Pagar, estacionar, mantener y promover el aparato cuesta al erario mucho dinero del pueblo; los viajes, todos domésticos, del mandatario y sus dos periplos internacionales igual hubieran aterrizado el avión de fantasía, pero de eso a recuperar miles de millones entre su venta, rifa o el no uso de un activo —estrictamente tampoco lo es, pero su costo sí— es poco, pero representa mucho.

Lo mismo con el célebre y malogrado aeropuerto de Texcoco, haber echado abajo un proyecto a golpe de una consulta popular improvisada argumentando corrupción abrasiva en la obra —ojo, sin que hasta ahora exista un solo proceso judicial en contra de terratenientes, contratistas o políticos—, cuesta a la Hacienda Pública miles de millones de pesos.

La obra de reemplazo estará lista y será inaugurada en tiempo y forma tal como ayer celebró AMLO y, sin embargo, la saturación aérea y la insuficiente capacidad de conectividad aérea para el Valle de México será resuelta muchos años después del corte de listón del lejano AIFA.

Pero no volar, no tener un aeropuerto grande y funcional por asumirse como uno “rico”, así como refrendar su popularidad en un ejercicio no vinculante —porque no llegará al 40 por ciento de participación— transformado de revocatorio a ratificatorio a golpe de propaganda de Morena, cuesta mucho.

La conseja popular de la política-política, revolucionaria, neoliberal o transformadora que dice que lo que cuesta dinero es barato, sobrevive. Los símbolos del poder se pagan. Las estatuas van y vienen, son lo de menos.

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Guillermo Hurtado