La insoportable levedad de la política nacional

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Carlos Urdiales*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

En nuestro multiverso político, todo lo que ocurre tiene dos caras, una donde todo es trascendente. La otra, donde nada importa.

Por ejemplo: En la mañanera lapidan periodistas cada miércoles, la más reciente cancelación profesional fue por portación de chat indebido por parte de una buena reportera.

¿Cuántos profesionales de la información estamos en chats de filias y fobias variopintas? Mirar lo que hoy se dice, conversa u opina, no debería definirnos profesional o políticamente.

De los sumarios juicios públicos se desprenden afectaciones laborales y personales para periodistas y medios. La integridad física de comunicadores se expone revelando domicilios, teléfonos o supuestos ingresos.

Lo anterior es un tema relevante que nos debe preocupar a todos. Perfila cómo, en medio de la transformación de México, subsisten vigorosamente apetitos autoritarios que, precisamente el periodismo sin adjetivos exhibe y combate.

La libre opinión sobre asuntos públicos y personajes del poder no debe acallarse a golpe de retórica oficiosa desde el micrófono presidencial, que es el de más alcance e influencia.

Ésos son ataques, no réplicas. Menos un diálogo circular. La autoconcedida prerrogativa de comunicación sucede sin proporcionalidad o equidad. Es dispar y abusiva.

La otra cara de la misma moneda la podemos ver cuando constatamos que esos hechos parecen sólo importar al círculo rojo, a políticos y periodistas. Gravedades de las que el pueblo no se entera ni le acongoja.

Los medios que se pliegan apuestan a esa cara, a la de la intrascendencia.

Escándalos mediáticos que no permean ni mueven niveles de aprobación o preferencia electoral, y que consagran al poder en turno, entre los más queridos del mundo.

Las benditas redes sociales, a través de sus tendencias y tópicos, son catarsis para una ciudadanía informada, arena para el desfogue de altas y bajas pasiones entre sectas militantes.

Pero acontecimientos tremendos como silenciamientos de voces críticas, sucumben ante otras frivolidades.

No, no de banalidades fifí propias del consumo materialista, hablamos de la levedad ética, aquélla que da licencia para calumniar desde el poder, para usar curules y escaños con vulgaridades intelectuales, ejercer su primitivismo como divertimento circense.

Un senador que esgrime sofisticaciones como: “Va de retro”. ¿Y si en vez de desaparecer poderes en el estado que “gobierna” mi hija, los esfumamos en los que ocupan ustedes?

Guerrero es, una vez más, la triste suma de precariedades agravadas por el empoderado folclor de los gobernantes actuales. Y antes, de los otros, de los Figueroa y de sus sucedáneos.

Sin embargo, en el pragmatismo que implica la conquista y el mantenimiento del poder, ninguna atrocidad importa, nada afecta cualquier despropósito democrático.

No hay pena ni penitencia para quien condena o ejecuta. Lo sustantivo es la narrativa, el instinto para ofrecer pan y circo todos los días.

Que al Coliseo nacional no le falten gladiadores ni leones que los destripen. Lo que importa es la plaza y las urnas llenas.

Temas: