Es irrebatible el éxito electoral de Morena en apenas 12 años cumplidos ayer. En dos sexenios Morena conquistó la Presidencia y 23 gubernaturas, es mayoría legislativa y apunta a refrendar el apoyo de la mayoría de los electores, que salen y votan, el próximo año.
Al Movimiento de Regeneración Nacional sólo un asunto le duele. La mudanza de rostro del poder. Similar a su más reciente antecedente partidista, el PRD (el remoto es el PRI), Morena se resume en un solo hombre. Ese líder lo ganó todo. Pero ya se va y no como ansias.
En un año Andrés Manuel López Obrador será parte de la historia e, independientemente de a quien le entregue la banda presidencial, lo relevante es que el traslado de poder ya comenzó en las entrañas de Morena, el aparato de la 4T que gana votos, posiciones y prebendas.
Si en la escisión del PRI por el método de designación de la candidatura más importante de todas, abandonaron al partidazo exgobernadores, como Cuauhtémoc Cárdenas, ideólogos como Porfirio Muñoz Ledo, académicas como Ifigenia Martínez y logró atraer liderazgos de la izquierda guerrillera, pero también de la intelectual; al correr de los años en el Frente Democrático y luego el PRD, la riqueza de su cúpula directiva, su convergente diversidad, cedió terreno frente a tribus radicales, rudas, moderadas, técnicas, dialoguistas o en el extremo, abiertamente porriles.
Emanados de luchas sociales comandaron a las huestes perredistas que socavaron al clientelismo priista en la Ciudad de México. Con las elecciones de delegados en la capital, los rudos y los técnicos tomaron la plaza. Misma que hoy mira la incertidumbre electoral como destino.
El sectarismo sumado al traspaso del liderazgo moral que fue del ingeniero Cárdenas a AMLO, deformó la idea original y pervirtió la convivencia entre los Chuchos, Amalios, cardenistas, universitarios y feudos territoriales.
López Obrador exprimió el último jugo de aquella también exitosa franquicia electorera y saltó para construirse otra nave electoral, a la medida, a su gusto y leal saber.
Hoy Morena enfrenta el mismo desafío, el tránsito del liderazgo unipersonal a uno más horizontal, pero no mucho.
La verticalidad de las decisiones debe emanar del entorno de Claudia Sheinbaum y los próximos meses serán el bautizo de la doctora como jefa de un colectivo variopinto, conformado por fuertes figuras hasta hoy, disciplinadas con su líder.
Pero la nueva lucha de clases, la política, comenzó. En la Ciudad de México los duros; aquellos que reclaman méritos e historia a su favor, impulsan por las buenas y por las malas también, a Clara Brugada. Les toca dicen, asumir la jefatura de gobierno.
Al exmando policiaco lo miran ajeno a su épica. Pero Omar García Harfuch está cerca de quien tiene el bastón y el encargo de evitar que Morena naufrague en la delicada maniobra de hacerse institución de una mujer y algunos más. Técnicos contra rudos.