El asesinato de periodistas en México es una atrocidad para la sociedad, atenta contra un derecho fundamental, el de estar informada. Y sin información la democracia se erosiona, la propaganda coopta y engaña. En el periodismo, la objetividad —que el Presidente López Obrador asume como ideal— no existe.
La subjetividad pervive a través de la circunstancia en que cada informador se haya formado, en que esté reportando en presente. Se trastoca por la historia y por el bagaje periférico que además de un profesional del oficio, lo distingue como individuo.
Aspiración y obligación debe ser la equidad, el rigor, el contraste de fuentes, la solidez de lo que se presenta. Las investigaciones periodísticas que se fijan en la memoria colectiva y que trascienden de la opinión pública a la afectación política, legal y social son episodios en los que la subjetividad o las filias y fobias de quienes las trabajaron son irrelevantes.
La casa blanca de EPN documentó la posesión de un bien inmueble. Nadie de aquel gobierno desmintió lo exhibido. Las justificaciones de tipo financiero, laboral y de relación matrimonial quedaron asentadas sin que la imagen de corrupción pudiera hacerse a un lado.
Frivolidad, distancia real de los personajes con el pueblo también fueron desveladas. El impacto no fue jurídico, fue político. Junto con la tardía reacción ante la desaparición en Guerrero de 43 estudiantes, la casa blanca revivió a AMLO, tras haber sido derrotado con contundencia en 2012, esa imagen provocada por un trabajo periodístico, dio viabilidad a la tercera campaña del Presidente López Obrador.
¿Fue objetivo aquel trabajo? No, sólo fue contundente. ¿No se habló en aquel momento de una intencionalidad política, de una revancha, de afectaciones por las grandes reformas estructurales? Pero los defensores del poder en turno no lograron lo único efectivo, desmontar la historia, demostrar su falsedad.
Alrededor de las recientes revelaciones que han provocado la reacción del mandatario, y de otras de los últimos dos años, hay como respuesta ataques contra lo que se ve como nostalgia de la corrupción; o a los cambios a ciertos esquemas perversos de asociación entre poder político y prensa que han cambiado, pero no se han erradicado.
Pervive la afinidad de voces, criterios o puntos de vista, derivada de la asociación de intereses que, como ha sido históricamente, pudieran ser de tipo económico, político o ideológico, legítimas o no, presentes en todas las relaciones de la prensa con el poder.
Así, el antídoto a todo aquello que AMLO o cualquier otro actor político pudiera considerar como calumnia o infamia es la información, las pruebas.
Sin ellas la palabra que puede ser poderosa por el personaje, por la investidura, por la tribuna y por la reiteración adolece no de objetividad, imposible, sino de rigor y comprobación.