Al actor político habrá que valorarlo por su grado de civilidad, empatía y capacidad para construir, no para destruir.
Andrés Manuel López Obrador es el personaje público nacional más relevante de este siglo. Su perseverancia y consistencia lo hacen el político más apreciado.
Su filiación popular lo convirtió en el actor consentido de las masas y eso le dio licencia para construir una posverdad 4T que, históricamente, sólo tiene similitud por alcance y eficacia, con la narrativa revolucionaria del PRI como aparato de Estado durante el periodo del desarrollo estabilizador.
Si bien el instinto de AMLO es tan excepcional como el de su némesis, Carlos Salinas de Gortari, lo cierto es que su talante pendenciero contagia a una clase política que dista de sus méritos. Con todo y las filias y fobias que sólo el de Tabasco despierta.
Malos para perder, malos para ganar. En la euforia de una victoria electoral mayúscula subrayada por una circunstancia que le permitió pasar de mayoría a supermayoría, los de Morena y aliados, sentados en sus escaños y curules, se dan licencias para el discurso y para acciones que rayan en desplantes.
El sectario discurso de la secretaria de Gobernación al entregar el sexto y último Informe de Gobierno de la administración de López Obrador, refleja la convicción del que gana y arrebata. Ánimo gandalla y gozoso que reivindica a millones que, por décadas, fueron oprimidos, es el grafiti ideológico sobre el muro de las instituciones.
La revancha celebrada por el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, en plenitud de reflectores con su “acostúmbrense, llegó la hora del pueblo en el poder”, es un aviso oportuno para saber que, del autoritarismo revolucionario tricolor, navegamos a la imposición transformadora.
De la épica a caballo, a la victoria de la plaza tomada; del plantón y los éxodos tras cada complot denunciado, mas nunca probados.
Claudia Sheinbaum enfrenta el desafío de la continuidad constructiva, del contraste que ilustre sin polarizar hasta la fractura. Del ejercicio del poder en aras de la justicia fáctica, no discursiva.
De cómo ejerza el enorme poder con el que va a gobernar, depende la edificación de un segundo momento de la 4T, no sólo de seis años más sino de una nueva narrativa, incluyente, una que radicalice los objetivos comunes y pueda contemporizar las diferencias con la razón que la mayoría electoral le dio.
Una reforma al Poder Judicial en caliente, al amparo de su legítima mayoría, más la mañosa transfusión de chapulines verdes y amarillos, azules y tricolores, es posible. Sin embargo, el costo de un descontón legislativo pasará factura al pueblo.
Reforma constitucional inevitable, que también es posible cuidando el proceso, haciendo bien lo que pueden hacer mal.
Depende de las y los legisladores de Morena y sus entenados, pero, sobre todo, como era antes, dependerá de la batuta que la Presidenta electa puede y debe comenzar a manipular. Por el bien de todos.