En distintas estaciones legislativas, la intención oficialista por hacer inatacables los designios constitucionales que su aplastante mayoría le permite imponer, sin necesidad de socializar o debatir nada, avanza ante la inoperancia de una oposición tan desprestigiada como legítima.
Golpe a golpe, Morena consolida un precepto de supremacía constitucional que se explica como un blindaje para que la voluntad popular, que en su mayor parte ese partido ostenta, no se vea socavada por las maniobras leguleyas de jueces afines a quienes ansían descarrilar las premisas y promesas guindas.
Del otro lado, las bancadas opuestas a Morena, PVEM y PT, alegan que esa intención supremacista tan sólo es otra expresión del talante dictatorial, autoritario propio de regímenes en otras latitudes que redactan una norma legal para suprimir derechos fundamentales de los pueblos.
La realidad, como suele ocurrir, oscila entre esas dos narrativas extremas. Ni se trata de impedir el derecho de amparo jurídico en contra de aberraciones jurídicas, como tampoco esta reforma a los artículos 105 y 107 de la Carta Magna, nos instala de facto en la categoría de República bananera.
Tanto este puntual episodio como el de la misma reforma al Poder Judicial, ilustran lo que el 2 de junio nos heredó.
Una mayoría política poco sofisticada que ejerce potestades cometiendo excesos, exhibiendo debilidades técnicas que sobre la marcha, subsanan con base en el cinismo y porras a sí misma.
“Somos el pueblo” es mantra que hace las veces de bálsamo que alivia quemones y folclores chabacanos.
Las enmiendas que han tenido que hacer en el tránsito de comisiones al pleno, o de una Cámara a la otra, reflejan que su legítima representación mayoritaria no dota a ése ni a ningún otro gran grupo, de oficio o pericia legislativa.
En consecuencia, los verdaderos contrapesos emanan de los menos que la conforman. De los cuadros más lúcidos y menos deslumbrados con ese poder, que al tiempo, es responsabilidad para no socavar los fundamentales de la República en aras de, simplemente y por ahora, ser los más.
Queda demandar —no esperar— que esta nueva clase política popular, pero “machuchona”, sea capaz de comportarse como cuando era una minoría despreciada y exigía; plasmar altura de miras, haciendo leyes por el bien de la Patria y no sólo de su claque, sexenio y mandamás en turno.
Hoy, esa mayoría tiene una ventaja en comparación a los picos panistas o priistas que la historia reciente ha visto pasar, la primera Presidenta, la respaldada por el popular líder de la 4T para ser la conductora de una segunda y mejor etapa, se ocupa más de lo importante que de lo exclusivamente urgente o lucidor.
Ese talante de la primera morenista del País debe dar espacio y luz a las huestes morenistas para actuar con más orden y brillo. Lo que sea que cada tribu apetezca, trascendencia o revancha, pueden orquestarse sin necesidad de autocorrecciones burdas y gratuitas.