A días de que el pueblo defina quién será su sucesora, el Presidente López Obrador vive la tara más peligrosa y arraigada del poder político.
AMLO no pudo, quiso o supo, a lo largo de su sexenio, romper la burbuja que envuelve al poderoso en turno y la cual le hace percibir, creer que el País es semejante al que soñó y prometió.
El Presidente festejó después del tercer debate entre las y el aspirante a relevarlo en el cargo, que el clima social y democrático es inmejorable. Que las diferencias y hasta fobias no se traducen más que en calumnias e improperios.
Para el mandatario, la violencia criminal y política son nada. Las renuncias masivas a cargos de elección en Chiapas no le merecen un minuto de mañanera.
El dominio del crimen en regiones donde Inegi e INE admiten que es peligroso o imposible medir, capacitar o siquiera entrar, no estropean su ánimo festivo.
La polarización social, instrumento predilecto de Andrés Manuel López Obrador para cernir al pueblo bueno del pueblo conservador, fifí y corrupto, ha satanizado la pluralidad democrática, la diversidad de opiniones.
Pero eso, lejos de preocuparle, es timbre de orgullo, pretexto para obligar a tomar bando, o con él o contra él.
Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez no se reconocen adversarias. Incapaces de despedirse tras el último debate, voltean a horizontes opuestos, no suman, se restan en pos de la victoria.
Las candidatas son reflejo de una sociedad extraviada en las mismas nebulosas. Los anti 4T no toleran a nadie que, en sano juicio, valore algo de lo hecho en estos casi seis años.
Y desde Palacio los porristas tachan de apátridas a quienes no adoran su prédica.
Así caminamos hacia el 2 de junio, sólo que, a diferencia de hace seis años, hoy el bono democrático del discurso conciliador e incluyente de AMLO en 2018 denota el desgaste propio de la historia fresca.
La 4T ya gastó promesas ante empresarios; enlaces de Alfonso Romo, Carlos Urzúa (q.e.p.d), Tatiana Clouthier o Arturo Herrera quedaron mal. Los del capital entendieron que sólo la fuerza de los hechos cuenta.
Y así, gracias a poner el peso específico en su sitio, esta administración, sin intentar reforma fiscal, recaudó más. No sólo tomando fideicomisos o parando obras sin pruebas de la supuesta corrupción que esgrimieron como justificación. El SAT, con Raquel Buenrostro al frente, a través de revisar a los grandes contribuyentes, financió este sexenio.
La exclusión del otro en la democracia mexicana será una mala herencia. Más que las definiciones extremas, al próximo Gobierno le tocará reconciliar. O seguir explotando el aborrecimiento entre nosotros.
Por cierto. Yucatán se pone guinda. Morena con Joaquín Huacho Díaz Mena, lidera las preferencias electorales en la recta final. Parece que la alternancia, en la península, conocerá algo distinto al PRI y al PAN. Veremos.