El derecho a vivir tu ciudad

JUSTA MEDIANÍA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

T ranscurrían los primeros meses de la presente administración. Sobre el bello camellón de Vito Alessio Robles, observé que caminaba el periodista Ciro Gómez Leyva. Habría sido cerca del mediodía. La sombra de los árboles, la escultura del Papa Juan Pablo II y las flores moradas sobre el suelo adornaban la escena.

Yo salía de la estación del Metro Viveros y caminaba en mi trayecto rumbo a casa proveniente de Palacio Nacional, después de haber sostenido alguna reunión con el entrañable y flamante equipo del Presidente. Era mi forma de ir y venir al trabajo cuando la agenda lo permitía; usualmente al salir de la estación, aprovechaba los pasos para reflexionar o regresar llamadas que habían quedado desatendidas.

No era la primera vez que veía a Ciro, como él dice, viviendo, caminando y disfrutando su ciudad. Varias veces lo vi pisando con buen ritmo sobre el tezontle que cubre los senderos de los grandiosos y atesorados Viveros de Coyoacán. Mientras viví en la zona, solía correr casi a diario en ese sitio en diferentes horarios. Comencé a hacerlo hace 22 años cuando mi suegro tuvo a bien a invitarme a correr ahí. Rebasé a Ciro trotando en varias ocasiones mientras él caminaba, sin interrumpirlo, respetando ese —creo yo— escasísimo tiempo y espacio de esparcimiento que en la vida de uno de los periodistas y comunicadores de mayor trayectoria y audiencia debe existir.

La radio tiene la magia de crear lazos sólidos entre radioescuchas y locutores sin realmente conocerse entre ellos, generando en los primeros, una fantástica relación cercana, natural y cotidiana. No debo ser el único que construyó una relación así con él; la diferencia está en que yo tuve el privilegio de conocerlo en persona y el honor de ser entrevistado por él en algunas ocasiones. La admiración no era nueva; desde mis días como estudiante en las aulas, cabinas de radio y foros de televisión de la UIC, Ciro ya era para mí y para mis compañeros un referente.

Aquel día dejé de lado ese respeto y apreté el paso para interrumpirle con mucha emoción; vivía mis primeros meses como servidor público y me interesaba compartir con él, al menos el saludo, los buenos deseos, la admiración y de ser posible, un par de ideas de una administración que apenas comenzaba. Amable y cálido me saludó, como seguramente lo hace con todo aquel que le sale al paso, intercambiamos un par de palabras y dejé de incomodarlo.

Ciro, Manuel, Sophía y sus colaboradores me acompañan diariamente en mi rutina matutina y yo siento que los acompaño también.

Increíblemente, la noche del pasado jueves, alguien atentó cobardemente contra la vida de Ciro a escasos metros del sitio donde me atreví a importunarlo.

Gracias a Dios, el viernes mientras yo terminaba de trotar en las calles de Morelia al filo de las siete de la mañana, Ciro seguía ahí, en lo suyo, tenaz, disciplinado, valiente, haciendo lo que sabe hacer y manifestando sus anhelos de vivir su ciudad.

A él, sobre sus propias palabras: ánimo, la vida tiene que seguir y deseo de corazón que siempre puedas ejercer el derecho a vivir tu ciudad. A su gremio: respeto, libertad y paz.

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