Los expertos en Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil insisten que los desastres se construyen, no son naturales. Escuchamos aquí y allá, de voz de muchos, el adjetivo natural a todo aquello que produce tragedia, emergencia y dolor. Sin embargo, lo que los expertos sostienen es que cada una de las decisiones que tomamos y acciones que emprendemos construyen riesgos que a través de un proceso, redundan en emergencias y desastres.
En México, hemos sufrido enormes eventos que han marcado nuestra mente y corazón. Uno de ellos, el caracterizado por una serie de explosiones ocurridas en San Juan Ixhuatepec, Estado de México, el 19 de noviembre de 1984. Un suceso que marcó la vida de miles de familias y la historia de una comunidad.
En instalaciones de almacenamiento de combustible, se registró una fuga de gas, misma que provocó una cadena de estruendosas y sorprendentes explosiones que cimbraron la tierra y que sus destellos fueron visibles desde distintos puntos de la región, iniciando a las 5 horas con 45 minutos y concluyendo aproximadamente a las 7 horas del mismo día. Las explosiones continuaron el día 20 y durante ese lapso, el caos, el dolor y la solidaridad, característica de nuestras comunidades, se hizo presente en la zona. Los hechos provocaron la muerte de cientos de personas y lesiones en miles, y las cicatrices siguen presentes.
Recordar este tipo de lamentables eventos y contrastarlos con la experiencia de los especialistas, debe llevarnos a un análisis de las decisiones que tomamos como sociedad. ¿Nuestras viviendas, escuelas y clínicas se encuentran lo suficientemente alejadas de las instalaciones que pueden representar un riesgo para las familias? ¿Estamos realizando los procesos de planeación urbana necesarios para evitar que tragedias como la de San Juanico se repitan? ¿Estamos dándonos a la tarea de mitigar los riesgos que hoy rodean a nuestras comunidades?
Las líneas de acción deben ser dos: no construir nuevos riesgos y mitigar aquellos existentes; en sentido práctico, ¿qué quiere decir esto? Que todos juntos, Gobierno y sociedad, establezcamos planes para identificar los elementos que ponen en riesgo los espacios que habitamos regularmente, entre los que podrían estar la sismicidad, las lluvias, los ríos, las inundaciones, las instalaciones que manejan sustancias peligrosas, etcétera. Una vez diagnosticado ese riesgo, debemos enlistar una serie de tareas para realmente proteger a las familias de ellos, generando planes, obras y hasta reubicaciones para evitar que una tragedia suceda. En segundo lugar, debemos darnos a la tarea de que las nuevas comunidades que se instalen en el territorio, sean diseñadas de manera segura, alejadas de todo aquello que las pudiera poner en peligro.
Recordar el dolor provocado por el desastre debe ser un llamado de acción a que los eventos que nos han lastimado no se repitan; eso sólo sucederá si trabajamos en corregir lo que hemos hecho mal y repensamos nuestras decisiones, para lograr comunidades que lejos de construir desastres, garanticen una vida sostenible y resiliente.