Tres incendios que no debieron ser tragedias

JUSTA MEDIANÍA

Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>David E. León Romero
Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.David E. León Romero Foto: larazondemexico

En el mes de junio del 2009 se registró un incendio en una guardería en la ciudad de Hermosillo, Sonora. En éste perdieron la vida 49 niños y más de un centenar resultaron heridos. Visité el sitio 10 años después de la tragedia y de inmediato saltó en mi mente y pecho el reproche punzante, arrebatado e incómodo de que la tragedia pudo evitarse.

En el mes de noviembre del 2010 se registró un incendio en una tienda departamental de la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Empleadas realizaban un inventario, las salidas estaban bloqueadas y 6 mujeres murieron a causa de las flamas.

En días pasados se registró un incendio en un inmueble del Gobierno federal que cobró la vida de 39 hombres. Los ocupantes quedaron atrapados y sin recurso alguno para combatir el fuego.

Tres tragedias, que —duele mucho decirlo y aceptarlo— pudieron y debieron evitarse.

En el territorio nacional se registran cerca de 100 mil eventos por año, principalmente en viviendas, bodegas y comercios; generan lesiones a miles de personas provocando la muerte a cerca de mil personas anualmente. Los incendios ocurren con mucha frecuencia y sus causas son diversas, entre las que destacan las fallas eléctricas y las fugas de gas; se calcula que el 3 por ciento de ellos es provocado intencionalmente.

El hombre a lo largo de las distintas etapas de la historia ha ido fortaleciendo las medidas para protegerse del fuego. Desde Nerón en la antigua Roma, mediante la exigencia en la utilización de materiales resistentes al fuego para la construcción de inmuebles, hasta la primera patente del rociador automático —registrada en 1812—, que forma parte de los primeros sistemas de protección automática.

El centro de la discusión y el producto de la reflexión en torno a estas tres dolorosas tragedias, más allá de la educación preescolar, la gestión de inventarios y la política migratoria, debe ser el compromiso y la seriedad con la que todos, desde cualquier trinchera, aprendemos, difundimos y aplicamos los principios de la Protección Civil.

La Protección Civil tiene como propósito gestionar el riesgo, prevenir, evitar y atender de manera eficiente las emergencias y los desastres. ¿Qué hacer en caso de incendio? Para construir la respuesta existen los análisis de riesgo, los programas y brigadas internas, los protocolos, los sistemas contra incendio que podemos identificar por sus aspersores en el techo (que se activan automáticamente ante el registro de ciertas temperaturas), los extintores, y los gabinetes rojos que ubicamos en distintos inmuebles cubiertos por una pequeña ventana de cristal rotulada con la leyenda: “Rómpase en caso de incendio”. Todos los anteriores diseñados para evitar heridos y muertos, sofocar el fuego rápidamente —idealmente de manera automática— y facilitar el trabajo de los bomberos.

Los incendios seguirán ocurriendo en inmuebles públicos y privados, en cualquier momento y punto del territorio; cuando sus ocupantes están capacitados y los inmuebles están equipados, no suelen ser sinónimo de tragedia.

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