El sentirse “impostor” consiste, en que la persona que lo padece experimenta dudas continuas acerca de sus habilidades y logros profesionales, acompañando de un miedo a ser expuesto como un “fraude” a pesar de la evidencia clara de su propio éxito.
Inicialmente fue descrito en mujeres a quienes clásicamente se nos daba una presión extra de que “siendo débiles” seamos capaces de lograr ser madres y profesionales al mismo tiempo. Hoy sabemos que se presenta hasta en siete de cada 10 personas consideradas “exitosas” (doctora Valerie Young).
La primera publicación científica se documenta en 1978, las autoras son: Pauline Clance y Suzanne Imes. En el congreso de la Asociación Psiquiátrica Americana, llevado a cabo en New Orleans, el pasado mayo, la psiquiatra Forense Tanuja Gandhi, de la Universidad de Brown, coordinó a un grupo de expertos para refrescar el concepto 44 años después de que fue acuñado, sabemos que se acompaña de los siguientes hallazgos: 1) Pensar que los logros sólo se deben a la suerte, 2) Tener miedo a ser visto como alguien que falla, 3) La sensación de que sólo trabajando mucho es posible llenar las expectativas, 4) El individuo siente que no se merece afecto y atención, 5) No tolerar el reconocimiento y 6) Minimizar los logros personales.
Se ha quitado la connotación de que es un “síndrome” para describirlo como un “fenómeno” que se puede experimentar en algún momento de la vida y que sucede en todas las profesiones. En algunos casos la sensación no desaparece y produce otras complicaciones, que pueden ser agotamiento desesperanzador (burnout), depresión mayor que incluso puede complicarse con riesgo suicida.
Estudios recientes, (Gottlieb, M. 2020) demostraron que se presenta con mayor frecuencia en personas que tienen baja autoestima y que trabajan en instituciones que no tienen un sistema de validar el éxito de
sus trabajadores.
Hay algunas profesiones en las que se presenta con mayor frecuencia y son las carreras que socialmente exigen perfección como medicina, derecho, arquitectura, profesores académicos e investigadores.
Para manejarlo se sugiere que en los empleos se genere un espacio seguro donde se pueda discutir esta sensación, reconocer que es un fenómeno común y que no es ni una enfermedad ni un síndrome, se promueva el crecimiento de los individuos que tengan diversidad racial, étnica y de género. Los profesores y jefes deben estar familiarizados con el fenómeno para ayudar a los estudiantes y colegas a superarlo y abrir las oportunidades de soporte emocional.
Considerar que al haber ansiedad y depresión se aumenta el riesgo de sentirse “impostor”. Los mentores deben tenerlo presente para apoyar a sus alumnos.
La confianza en uno mismo no es un sentimiento estático y experimenta variaciones a lo largo de la vida, de acuerdo con el filósofo Charles Pépin “no somos, nos estamos convirtiendo”.
Hay personas famosas que han reconocido sufrirlo en diferentes etapas de su vida, podemos señalar a la exprimera dama de Estados Unidos Michelle Obama y a la actriz Kate Winslet, ganadora del premio Oscar a Mejor Actriz en 2009.
En mi punto de vista lo primero es reconocerlo sin temores, explorar qué situaciones nos hacen sentir vulnerables y si consideramos que es algo que se mantiene en forma permanente durante el tiempo y si es así, buscar tratamiento con psicoterapia porque puede estar originado en etapas del desarrollo infantil en las que la persona que lo sufre no formó en forma adecuada el área de autoestima para creerse capaz de tener éxito.
En las palabras del filósofo danés Soren Kierkegaard: “Atreverse es perder pie momentáneamente. No atreverse es perderse uno mismo”.