Viena, 1916, Sophie Freud (23 años), arribó de Hamburgo con su familia a pasar unas semanas con sus padres, lleva a su hijo Ernst de un año y medio. Sigmund Freud (60), convivió con su nieto (el primero), se dio cuenta que su hija se dedicaba a cuidarlo y mantenía con él una relación tierna. El niño tenía un carácter “juicioso” y no lloraba cuando su madre lo abandonaba por algunas horas, más bien parecía que se resignaba fácilmente.
Freud escribió después en su libro Más allá del principio del placer (1920): “Este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a un rincón, o debajo de la cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de satisfacción e interés, un fuerte y prolongado “o-o-o-o”, que según el juicio coincidente de la madre y de este observador, no era una interjección, sino que significaba “fort” (se fue)… El niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que “se iban”. Un día hice la observación que corroboró mi punto de vista. El niño tenía un carretel de madera atado con un hilo… con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenía por el hilo tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía ahí dentro, el niño pronunciaba su significativo “o-o-o-o”, y después tirando del hilo, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso “Da” (acá está). Ése era el juego completo, el de desaparecer y volver. La mayoría de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo.”
La interpretación del juego resultó entonces obvia para S. Freud, quien sostuvo que Ernst admitía sin protestar la partida de la madre y entonces escenificaba con sus objetos (que si estaban a su alcance) las idas y regresos de ésta. No era que repitiera la partida (“fort”) porque le diera placer, pero parecía necesitar la representación de la partida porque era “la condición previa de la gozosa reaparición (“da”). Lo que Freud intuyó era que el placer del juego consistía en que el niño se ponía en un papel activo convirtiéndose en el único responsable de que su madre se fuera y regresara. En este pequeño fragmento nos podemos imaginar al hombre de familia que era Freud y como disfrutaba la convivencia.
Los inviernos de 1918-19 y 1919-20 fueron extremadamente duros para la familia Freud, después de la guerra todas las cosas estaban como paralizadas en Viena, con sólo sopa de legumbres los tormentos del hambre eran continuos, sin calefacción y con poca iluminación, se necesitaba una gran fortaleza de ánimo para mantenerse inmóvil durante horas y horas con los pacientes. A estas inevitables dificultades se agregaban numerosos motivos de ansiedad, tres de sus hijos estuvieron en la guerra y pasaron meses hasta que pudo recibir noticias del mayor, prisionero en Italia.
Después de la catástrofe que había ocurrido en Europa y sobre todo en Austria, a Freud le entró un estado de ánimo de desesperanza, pero también de resignación. En una carta que le escribió a su alumno E. Jones, en 1919, le decía “cuando nos encontremos, cosa que confío que será este año, usted verá que me siento inconmovible aún, listo para cualquier emergencia, pero esto sólo en el plano del sentimiento, porque mi razonamiento se inclina más bien al pesimismo… Estamos pasando por una mala época, pero la ciencia tiene el ingente poder de enderezarnos la nuca”.
La preocupación de Freud era su familia, el 1 de enero de 1919 su hija Sophie tuvo al segundo nieto (Heinz), un gran gusto. En marzo, su esposa Martha Freud (58) cayó enferma de gripe española. Esta pandemia, que empezó en 1918 y fue causada por un brote del virus de Influenza A del subtipo H1N1, a diferencia de otras epidemias de gripe que afectan principalmente a población vulnerable, sus víctimas fueron también jóvenes y adultos con buena salud. Se considera la pandemia más devastadora de la historia humana, ya que en un solo año murieron cerca de 50 millones de personas, según cálculos de la OMS. Se extendió entre 1918 y 1920, los científicos creen que fue contagiada al menos un tercio de la población mundial, que en aquel entonces se calculaba en mil 800 millones de habitantes. Incluso causó más muertes que la I Guerra Mundial.
Martha tardó meses en recuperarse y fue hasta septiembre de 1919 que los Freud pudieron viajar a conocer a su segundo nieto Heinz y visitar a Sophie, ésta sería la última vez que la verían, pues enfermó de gripe española meses después, cuando acababa de avisar de su tercer embarazo. El 23 de enero de 1920 se enteraron de su gravedad, no había trenes de Viena a Alemania. Dos de sus hermanos, quienes estaban en Berlín, llegaron días después cuando ya había fallecido. Sólo tenía 26 años, gozaba de perfecta salud, dejó dos niños de cuatro y un año.
Ferenczi, amigo y colega de Freud, se sintió muy preocupado por las consecuencias que podría tener en el ánimo del maestro la muerte de su hija, quien lo tranquilizó con estas patéticas líneas: “Querido amigo: no se intranquilice por mí. Sigo siendo el mismo de siempre, aunque con un poco más de cansancio. Con todo lo doloroso que fue el fatal acontecimiento, no ha sido capaz de trastocar mi actitud ante la vida. Durante años he vivido preparado para sufrir la pérdida de mis hijos varones. Ahora viene la de mi hija. Siendo como soy profundamente antirreligioso no tengo a quien acusar, y sé que no hay tampoco a quien recurrir en queja. Muy adentro, muy en lo profundo, advierto el impacto de una honda herida, que ya no podrá ser curada”.
Su libro Más allá del principio del placer apareció en diciembre de 1920 y por primera vez en su obra describe el “instinto de muerte”. Ante las especulaciones de que su escrito estaba influido por la pérdida de su hija, él siempre aclaró que el manuscrito fue revisado por la Sociedad de Viena, en junio de 1919.
¿Acaso no era suficiente para Freud, vivir una guerra, tener tres hijos en el frente, una esposa enferma por la pandemia para desarrollar estas geniales ideas acerca de la destrucción?
El concepto de Pulsión de Muerte o Tánatos, en oposición a la Pulsión de Vida o Eros representa la tendencia a regresar al estado inorgánico desde donde emergió, a través de la reducción completa de las tensiones. De acuerdo con Freud, esta pulsión corresponde a un principio de lucha y desunión, que realiza su obra destructora atacando esencialmente los vínculos: “La meta del Eros es establecer unidades cada vez más grandes y, por lo tanto, conservar: se trata de ligazón. La meta de la otra pulsión por el contrario, es la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas”.
Cerrando la historia, les cuento que el pequeño Ernst, en quien se basó la observación de Freud, en su orfandad se refugió en sus abuelos maternos y en su tía Anna, quienes lo criaron con muchos privilegios en su educación y después se hizo psicoanalista de niños. Tuvo larga vida y se desarrolló en Londres, se recuperó de la pérdida de su madre y de su hermano pequeño, quien murió de tuberculosis a los 5 años.
En las palabras de Freud: “Si quieres conservar la paz, prepárate para la guerra. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”.