Adaptación ante la crisis

CONTRAQUERENCIA

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Durante millones de años de evolución de las especies, la ley del más fuerte se ha impuesto en muchos ámbitos y ecosistemas. Pero esto no ha sido siempre así en momentos de catástrofe -como el actual- en donde la capacidad de adaptación a las circunstancias permite la supervivencia por encima, inclusive, de la fuerza.

Extendido a la historia de la humanidad y sus actividades, la situación no es diferente. La crisis sanitaria que se vive de manera global ha generado un cisma económico, político y social alrededor del globo terráqueo, que ha provocado la necesidad de hacer una pausa -de algunos meses, hasta el momento- para replantear las condiciones en las que se vivía, las prioridades que se tenían y los planes a futuro.

En materia económica, el mero hecho de no tener la seguridad y posibilidad de salir de casa y llevar a cabo actividades con normalidad, sitúa a las naciones del mundo en la antesala de equiparar, e incluso, sobrepasar los peores episodios y trances económicos vividos en todo el siglo pasado. Bajo este escenario común, la destreza de acción de los gobiernos cobra total relevancia.

Por lo pronto, de extenderse el confinamiento hasta finales de año, Europa se enfrentaría a la posibilidad de una recesión equiparable a la vivida durante la Segunda Guerra Mundial; Estados Unidos podría tocar los niveles vistos durante la Gran Depresión y México, por su parte -ya próximo a las cifras macroeconómicas de la crisis de 1995-, se enfilaría hacia un equivalente de la resaca económica provocada por la Revolución. Evidentemente el piso no es parejo, pero las decisiones adoptadas y ajustadas a cada realidad, sí marcan diferencia y acortan brechas.

Por otro lado, vernos forzados a permanecer recluidos en nuestros hogares ha abierto una ventana de tiempo y de reflexión que nos lleva a pensamientos no necesariamente positivos o deseables. Si bien las implicaciones económicas de la pandemia suelen considerarse prioridad por sus secuelas en las condiciones de vida de países enteros, la incertidumbre generalizada que enfrentamos tiene profundos efectos en nuestra psique, con consecuencias emocionales no menores.

El hecho de sabernos expuestos, de ver la vida de familiares y seres queridos en riesgo y de no poder gozar de libertad de acción, genera sentimientos de ansiedad y depresión que pueden ser muy complicados de sobrellevar para una amplia mayoría. Esta condición se agrava si se toma en cuenta que no existe suficiente conciencia sobre la relevancia de la salud mental y que el acceso a algún tipo de apoyo especializado para estos padecimientos es mínimo.

El impacto económico y emocional de la contingencia es una pesada losa con la que habremos de cargar por varios meses más. Pero más que resistencia, lo que el momento requiere es capacidad de adaptación. En la medida en la que podamos ajustar nuestras circunstancias y condiciones al tiempo que se prolongue este escenario, nos permitirá hacer más llevadera la actual crisis de la que -sin duda- saldremos adelante tarde que temprano, aunque -tristemente- no todos podremos hacerlo de la misma forma.