D entro de exactamente un año se llevará a cabo la jornada electoral en la que elegiremos —entre otros muchos cargos— al próximo presidente de México para el periodo 2024-2030.
Al respecto, en días recientes han salido a relucir diversos aspectos que vislumbran la intensidad con la que operará el partido gobernante, tanto en la pugna interna para elegir al candidato presidencial, como en el desarrollo de dichas campañas.
Para muchos, Morena no tendrá mayores dificultades para retener la presidencia de la República. Y puede que así sea, particularmente, ante la nula presencia de una candidatura opositora suficientemente fuerte como para hacerle frente a cualquiera de las alternativas morenistas. Sin embargo, el partido gobernante tiene el enorme reto de definir la candidatura presidencial por medio de un método suficientemente válido —hacia el interior del propio partido, más que hacia la ciudadanía— que deje suficientemente conformes a quienes no resulten elegidos y evite roces internos mayores.
Pero este proceso no será nada sencillo. Desde hace más de un año, los principales aspirantes morenistas se encuentran en abierta campaña por hacerse de la candidatura, con alcances muy distintos. Entre ellos, básicamente, en función de la exposición y respaldo que les ha dado el propio presidente, quien, en muchos sentidos, ha cargado los dados en favor de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, a la vez que mantiene como un as bajo la manga al titular de las oficinas de Bucareli –sin que, hasta el momento, su imagen logre penetrar lo suficiente entre la ciudadanía.
Ante este escenario, el canciller pareciera que ve venir un dedazo en la elección de la candidatura —a pesar de que se ha pregonado a diestra y siniestra que la selección será por medio de una encuesta—, por lo que en semanas recientes comenzó a salirse del redil, hizo cambios estratégicos al interior de su secretaría para destinar personal y recursos a su propia campaña, y ha tomado cuanto reflector ha podido para dejar en claro que él sigue en la contienda.
Llama así tremendamente la atención las declaraciones y publicaciones, a mediados de esta semana, por parte de dos de los hermanos del presidente —remontándonos a lo que parecían ya añejas prácticas, de cuando la familia presidencial tenía presencia activa en la agenda nacional—, en favor de determinados aspirantes, aunque en sentidos contrarios: uno, respaldando al canciller, y otro, dándole el espaldarazo a la jefa de Gobierno.
Después del domingo próximo, ya con los resultados de las elecciones en Coahuila y Estado de México en la mano, quedarán enormes lecciones para el partido gobernante, principalmente, respecto a la importancia del proceso interno para la definición de la candidatura presidencial e, igual de importante, respecto a la operación cicatriz que, incluso, ya deberían estar implementando, para evitar desbandadas y rupturas internas que pudieran abrirle la puerta a una sorpresa por parte de la oposición.
A un año de la elección presidencial, que comiencen los Juegos del Hambre.