El pasado martes, el Colegio Electoral estadounidense confirmó el triunfo del candidato demócrata, Joe Biden, en los comicios presidenciales de noviembre pasado, lo que lo coloca en la antesala de la presidencia de Estados Unidos.
El proceso formal de validación de votos electorales, una instancia que en muchas otras ocasiones ha resultado de mero trámite, tuvo toda la relevancia derivado de la nula institucionalidad del aún presidente estadounidense quien, hasta ahora, sigue sin reconocer su derrota y persiste en agotar cualquier vía que le permita defender el endeble argumento del fraude en las elecciones, enarbolado desde antes de que se llevara a cabo la jornada comicial.
No cabe duda de que el sistema electoral estadounidense es uno de los más consolidados entre las democracias del mundo. Sin embargo, buena parte de su correcto funcionamiento recae en la confianza investida por parte de los actores políticos a los procesos y fallos de sus instituciones. En situaciones como la actual, en la que uno de los actores se rehúsa a reconocer la legitimidad de los resultados, se vuelve necesario recorrer todo el entramado institucional para justificarlos, lo cual pone de manifiesto que, si bien el sistema es efectivo, también es abigarrado y complejo.
Así, ante la necesidad de respaldar tal o cual procedimiento, se cae en la cuenta de que éstos son poco o nada intuitivos y que, cuando no se tiene voluntad política, su correcta consecución está en función de una sucesión de pasos que penden de un hilo, lo que dota de aparentes motivos a personajes como el impresentable mandatario actual a cuestionar lo que por décadas o, incluso, siglos, se ha respetado a pie juntillas.
Para el caso, entre las peculiaridades del sistema electoral estadounidense, la legislación de algunos estados aún permite que sus electores ante el Colegio Electoral puedan votar en un sentido diferente al que lo hizo la mayoría ciudadana en sus respectivas entidades. Es decir, puede darse la situación en que el voto ciudadano en un determinado estado haya favorecido a un candidato, pero que el elector encargado de transmitir esa preferencia decida —y pueda— votar por la opción contraria. Con todo, no hubo un solo cambio y los votos electorales fueron ejercidos exactamente en el mismo sentido en que lo hizo el voto ciudadano durante la jornada electoral.
Por otro lado, ante la confirmación de los resultados, López Obrador, finalmente felicitó —por medio de una carta física enviada por Correos de México— a Joe Biden por el triunfo obtenido, luego de más de seis semanas de “vilo” en las que evitó pronunciarse de manera oficial sobre el desenlace electoral, so pretexto de la política de no intervención.
Sólo restaría el 6 de enero próximo la certificación por parte del Congreso de Estados Unidos de los resultados del Colegio Electoral, para que dos semanas después, el 20 de enero, finalmente le tomen juramento y Joe Biden se convierta en el 46º presidente estadounidense.