En días recientes se cumplió un año de la suspensión de clases presenciales y la forzada transición a una modalidad a distancia, ante la propagación del Covid-19 en nuestro país, lo que decretó —también— el inicio de un enorme reto para millones de docentes, estudiantes, madres y padres de familia y, en general, para el sistema educativo en México.
Por entonces, difícilmente alguien pudo haber hecho un pronóstico medianamente acertado sobre la extensión de dichas medidas emergentes. Sin embargo, ante la gravedad de la situación, de a poco se consideró la posibilidad de que no sería posible volver a las aulas en cuestión de semanas, sino de meses —recién transformados en años.
Lo que sí pudo preverse pronto fue que, más allá de la pérdida de vidas, las afectaciones de salud pública y las repercusiones económicas, el siguiente gran rubro que sufriría los mayores estragos de esta pandemia sería el educativo. Tristemente así lo confirman los datos obtenidos a través del estudio demoscópico conducido por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), recientemente publicado.
De acuerdo con los resultados de la Encuesta para la Medición del Impacto Covid-19 en la Educación 2020, la crisis sanitaria ha provocado la deserción de 5.2 millones de estudiantes para el ciclo 2020-2021, con prácticamente el 60% de los casos en niveles de educación básica. Del total reportado, 2.9 millones no se inscribieron por motivos económicos, mientras que los 2.3 millones restantes no lo hicieron por algún motivo relacionado con la pandemia, entre los que destacan clases a distancia poco funcionales, pérdida de empleo, barreras tecnológicas y cierre de colegios.
Cabe destacar que estas alarmantes cifras representan el doble de lo estimado por la SEP en agosto de 2020 y son, apenas, una cara de la moneda pues, hasta ahora, no se tiene medición alguna sobre las afectaciones al aprendizaje de quienes continúan con sus estudios, es decir, sobre la calidad del conocimiento y los contenidos transmitidos bajo esta modalidad. Por lo pronto, la misma encuesta del Inegi señala que el 58.3% del total de hogares con, al menos, un estudiante en casa considera que con clases remotas no se aprende o se aprende menos, 27.1% que falta seguimiento al aprendizaje y 23.9% que no hay capacidad técnica o pedagógica para transmitir conocimientos.
Si bien se trata de un sólido ejercicio estadístico, podría tenerse información aún más detallada y precisa por parte de la Secretaría de Educación Pública sobre regiones del país y grados escolares más afectados, sin que, al momento, haya dado a conocer información oficial al respecto, a un año de haberse adoptado la educación por vía remota y sin que al día de hoy sea posible reestablecer la modalidad presencial.
Aunado a las carencias y deficiencias que nuestro endeble sistema educativo ha padecido por décadas, este relevante ejercicio cae como balde de agua fría sobre los nocivos efectos que la pandemia ha dejado en la formación de miles de estudiantes en México.