Cuán diferentes pueden ser los procedimientos, procesos y reglas electorales entre regímenes democráticos.
En el caso mexicano, estamos citados a las urnas el próximo domingo para la elección más grande de nuestra historia. Pero tanto o cuanto más relevante resulta este año electoral para Estados Unidos —vecino y principal socio comercial nuestro—, cuyo electorado está llamado a votar el 5 de noviembre próximo para elegir presidente, en un proceso muy particular y relevante, por diversos motivos.
Resulta cada vez más frecuente en las democracias alrededor del mundo, tener que acudir a las urnas para elegir entre algún tipo de populismo —ya sea de izquierda o de derecha—, que deja a las sociedades frente a alternativas en algún extremo del espectro ideológico y, en el mejor de los casos, con una contrapropuesta un poco más moderada, que dan como resultado gestiones de gobierno con sociedades altamente polarizadas.
De este modo, la sociedad estadounidense tiene ante sí —por un lado— la opción de refrendar por cuatro años más en la presidencia a Joe Biden —la alternativa demócrata de 81 años de edad—, quien no ha tenido una gestión para nada sencilla ni mucho menos popular entre el electorado, y cuyo aparente único logro es haber conseguido interrumpir la gestión de Donald Trump, al derrotarlo en las elecciones presidenciales de 2020.
Pero —como otra característica compartida entre democracias— es sorprendente la incapacidad, tanto de demócratas como de republicanos, para renovar sus cuadros y presentarle al electorado caras nuevas suficientemente atractivas como para contender de manera seria por la presidencia de la nación más poderosa del mundo.
Es así que —lo que para muchos parecía un disparate— resulta increíble que, cuatro años después, Donald Trump —la alternativa republicana de 77 años de edad—acuda nuevamente a la contienda en búsqueda del segundo periodo de gestión que le quedó pendiente, como la cara más visible y competitiva del sector más conservador del electorado estadounidense.
Es impresionante que se presente con serias posibilidades de triunfo, después de la crisis política que dejó a su paso tras desconocer su derrota electoral y haber acusado fraude, lo que llevó al asalto del Capitolio por parte de sus seguidores.
Pero más impactante resulta que tenga facultades y derecho a contender, a pesar de haberse convertido en el primer expresidente norteamericano en ser declarado culpable en un juicio penal, en el procedimiento que se sigue en su contra por haber falsificado registros comerciales de sus empresas para ocultar el pago de diversos sobornos previo a la elección de 2016, lo que podría implicarle una pena de hasta cuatro años en prisión.
El caso no está cerrado y se espera que el magnate presente una apelación, pero, de mantenerse la decisión y —muy improbablemente— ser condenado a un periodo tras las rejas, no estaría impedido para hacer campaña ni asumir el cargo —de ser el caso—.
Así las cosas, en estos apreciados y valorados regímenes llamados democracias.