Tauromaquia al banquillo

CONTRAQUERENCIA

Eduardo Nateras<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Eduardo Nateras*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hace unos días el panorama taurino mundial se vio ensombrecido luego de que el presidente colombiano, Gustavo Petro, ratificara con bombo y platillo la ley con la que quedaron prohibidas las corridas de toros en todo el territorio.

El proceso se da tras la aprobación, en mayo pasado, por parte del Congreso colombiano, de una medida que abría la puerta para la prohibición de las corridas en todo el país, para lo cual sólo hacía falta la firma del Presidente para que quedara convertida en ley. Este último paso se antojaba sencillo, pues fue el propio Petro, en su periodo como alcalde de Bogotá, quien proscribió las actividades taurinas en la emblemática plaza La Santamaría, de la capital colombiana.

La ley aprobada da un plazo de tres años para su aplicación total, periodo durante el cual se buscaría la reconversión económica y laboral para quienes demuestren que la tauromaquia consiste en su principal sustento económico y laboral. Sin embargo, la realidad sea dicha, ¿cómo pretender reencausar los oficios y actividades profesionales de quienes toda la vida han estado inmersos, directa e indirectamente, en el mundo del toro?

Y es que —como suele suceder con medidas prohibicionistas como ésta— en aras de un acto efectista, se deja de lado un análisis profundo de las aristas de la prohibición y de todos los sectores que resultan afectados, tanto de las personas, dedicadas directa o indirectamente a la actividad, como —en el caso particular de esta ley— los animales a los que —en principio— se pretende salvaguardar.

Para muestra, un botón, pues ya con la ley ratificada por el propio presidente Petro, ni siquiera se tiene un censo de cuántas personas se verán afectadas con su entrada en vigor —lo cual se pretenderá hacer, ya a toro pasado, durante los siguientes tres años—. Y de los animales ni hablamos, pues el decreto por ningún lado contempla qué sucederá con los miles de cabezas de ganado bravo, que ya no podrán lidiarse en plazas de toros, lo que ha sido calificado, por los legisladores impulsores de la ley, como un vacío legal —una nimiedad, vaya—.

Algo similar se vivió en México con la prohibición del uso de animales en circos, con lo que, de un día para otro, se le dio al traste a la industria circense en todo el país, al ingreso de cientos de familias dedicadas a ese tipo de espectáculos por generaciones, y a cientos de animales de los cuales nunca se tuvo un registro formal, y cuyo paradero quedó en el crudo anonimato —entre el mercado negro y el sacrificio forzado, mayoritariamente— al haber quedado en un limbo legal de la noche a la mañana, y sin que ninguna de las autoridades impulsoras de la medida, se hiciera corresponsable de lo aprobado.

Es así como, de un plumazo, Colombia —con larga tradición y cultura taurina desde la época colonial— deja de pertenecer a la corta lista de países latinoamericanos —junto con Ecuador, México, Perú y Venezuela— en donde activamente se llevan a cabo corridas de toros fuera de Europa. Una muy triste noticia para el mundo del toro.

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