La semana pasada se registró una de esas uniones perversas que sólo se pueden dar en la política: la de los morenos con los verdes y los turquesas, así como con sus incondicionales del PT. Será con esta plataforma que se definan las gubernaturas del próximo año.
Una de ellas, quizá de las más relevantes para Palacio Nacional, será en el sur del país, la de Oaxaca, estado que el ciudadano lleva cerquita del corazón y que no permitirá que se quede con quien recientemente ha dicho que más que un subordinado, es un socio del lopezobradorismo.
Susana Harp y Salomón Jara serán quienes se disputen la candidatura de Morena para la elección que estará en juego el próximo año. Pero mientras uno tiene la estructura y el voto duro, la otra es más cercana al Presidente.
Jara está repitiendo en la aspiración —ya contendió y perdió ante el actual gobernador, Alejandro Murat—. En Oaxaca es conocido como un hombre de tierra, que se ha empolvado, pero también es muy cercano al líder de la bancada de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, quien en las últimas semanas ha pintado su raya.
Vinculado también, me cuentan mis fuentes en las cloacas de aquella entidad, a Lizbeth Victoria Huerta, expresidenta municipal de Nochixtlán y detenida por su probable participación en la desaparición forzada de la activista Claudia Uruchurtu Cruz. Toma tomate!
Por el otro lado está Susana, recién estrenada en la política y quien no cuenta con estructura, pero sí con las simpatías del inquilino de Palacio Nacional. Ella es la apuesta “oficial” para la renovación del gobierno en el estado.
Un tercero en discordia es el integrante del gabinete ampliado, Luis Antonio Ramírez, director del ISSSTE, quien ya de entrada dijo que está dispuesto a continuar de lleno con la transformación.
Y no lo dice de gratis, pues de cara al relevo en la Presidencia para 2024, la 4T buscará asegurar los apoyos de quienes están más comprometidos con la causa y le pueden dar una mayor garantía a la continuidad del proyecto.
En este contexto, las patadas ya se empezaron a dar por debajo de la mesa; en redes sociales, los distintos grupos políticos ya comenzaron los chismes de vecindad sobre los orígenes de unos y de otros.
Oaxaca pinta para ser una de las contiendas más complicadas, pues como me dijo hace algunos años un amigo del sureste, involucrado en los movimientos sociales en aquella entidad: Oaxaca es un coctel explosivo.
En el Baúl. Tres años pasaron desde aquella tarde en que López Obrador conoció a Santiago Nieto Castillo en un evento de campaña en Tlaquepaque, Jalisco. El hoy exfuncionario federal llevaba una carpeta bajo el brazo, las claves de la lucha contra la corrupción que el tabasqueño necesitaba para dar un duro golpe al antiguo régimen. Tras aquel evento, en el que el hoy Presidente escuchó a Santiago y supo lo que traía bajo el brazo, el extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera volvió solo a la Ciudad de México. En una pequeña sala de un aeropuerto se le observó taciturno, comiendo snacks y bebiendo un tequila. Incrédulo y sin saber si AMLO le daría cabida. En estos más de tres años, Nieto Castillo se convirtió en la piedra angular de la administración lopezobradorista, hasta esa boda en Guatemala.