Una veintena de personas, quienes por más de una década estuvieron en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos como trabajadores, que digo trabajadores, como misioneras y misioneros de una causa más que necesaria, en un país sumido en la violencia, fueron renunciadas.
No había semana que no fueran enviadas a lugares a los que nadie en su sano juicio quisiera ir: los pueblos recónditos de Tamaulipas, Guerrero, el Estado de México, Baja California, Michoacán, Jalisco, etcétera…, rincones del país donde la vida es –como dijera el periodista Alejandro Almazán– más absurda que difícil.
Adscritos al área educativa de la CNDH que hoy encabeza Rosario Piedra Ibarra, viajaron a sitios donde para acceder hay que encomendarse a la mejor de las suertes, había que despedirse de los seres queridos con nudos en la garganta y salir a exponer lo más preciado que se tiene: la integridad y la vida.
No sólo visitaban estos pueblos desolados por la violencia, sino también cárceles y penales que en muchas ocasiones —como lo sabemos todos— están administrados por el crimen organizado y las pandillas.
¿Para qué arriesgar la vida? Más que para realizar un trabajo, para ejercer una convicción: la difusión de la importancia y el respeto a los Derechos Humanos en zonas donde prevalece la ley de la jungla, donde créame, eso es lo que menos importa.
Llevaban a cabo esta labor o se encargaban de programar actividades educativas en escuelas, cárceles, estaciones de policía y muchos lugares más, con sueldos hasta cuatro veces inferiores a lo que gana el inquilino de Palacio Nacional. ¿Burocracia dorada? ¿Burocracia privilegiada?
El viernes por la mañana, se alistaban para entrar a cárceles de máxima seguridad para empezar su día de trabajo y difundir la importancia de la CNDH ante policías, asesinos, psicópatas, miembros de grupos de la delincuencia y demás población —con la que seguramente nadie más que ellos hablan— cuando les avisaron que dejaran de hacer sus actividades y se presentaran en Recursos Humanos.
Pudieron darse la vuelta y no entrar al lugar donde ese día arrancarían su jornada laboral, y ya no programaron las actividades que tenían. Tuvieron que dejar la chamba tirada, a sabiendas de que serían despedidos sin motivo ni razón alguna. Ya le digo, más que un trabajo, una convicción.
La veintena de trabajadoras y trabajadores fueron despedidos. No es la primera vez que ocurre, hace unos meses, varios médicos encargados de realizar exámenes a víctimas de violaciones graves de Derechos Humanos y con más de 10 años en la Comisión, también fueron despedidos, la causa, no pasar exámenes de control de confianza. Aunque la realidad es que hay algo más detrás de todo esto. ¿Qué es? Ya le contaré…
En el baúl: Este fin de semana en Iztapalapa, se armó un pachangón con cara de “acto de campaña rumbo al 2024”. Carpas para cinco mil asistentes; equipos de audio, el Mariachi Gama 1000 entonando “Cielo Rojo”, pantallas gigantes y hasta maestro de ceremonias. Todo, según para la apertura de una oficina de pasaportes…, aunque parecía la fiesta de cumpleaños de Marcelo Ebrard. ¿Y sabe dónde? Muy cerquita, de hecho, a unos pasos, de la estación Periférico Oriente de la fatídica Línea 12 o Línea Dorada del Metro, pero el llamado “Carnal” ni siquiera la volteó a ver.
Basta por hoy, pero el próximo lunes… regresaréeeeeeeee!!!