Un bombero cuenta consternado que su prioridad, el sábado por la tarde en el estadio Corregidora de Querétaro, fue la de evacuar a los niños por donde se pudiera.
Relata que los padres, al ver la confrontación entre cretinos disfrazados de aficionados de futbol, como un acto instintivo, desvistieron a sus hijos y les quitaron las playeras para evitar que fueron confundidos con integrantes de la barra rival.
Una mamá me dice “cuando íbamos corriendo en las gradas había varios cuerpos, los despojaron de sus cosas, celulares, carteras, tenis, también de sus camisas, sus pantalones, y solamente a algunos los dejaron con ropa interior y a otros totalmente desnudos”.
Otro padre de familia recorrió cinco horas desde Guadalajara hasta la capital queretana para que sus hijos disfrutaran un espectáculo deportivo, pero lo que vio fue un espectáculo macabro, dantesco.
“Corrimos a la cancha, en algunos momentos me sentí seguro, pero cuando vi que la porra del Querétaro también se brincó al césped para golpear familias nos sentimos perdidos; nos fuimos hacia los túneles, pero en la entrada también estaba gente del Querétaro golpeando a los señores, y vi cómo incluso golpearon a un niño de aproximadamente siete años, la verdad agarraron parejo”, me dice impresionado y buscando aún las palabras para explicarle a sus hijos lo que acababan de vivir.
La violencia se está apoderando de todos los aspectos de nuestras vidas, hasta de los que antes nos hacían felices como el futbol. Dicen que el futbol depende de la afición, pero la afición hoy también se encuentra asediada, amenazada y herida, por delincuentes disfrazados de “grupos de animación”.
Tras este fin de semana y luego de mirar los videos que los mismos golpeadores grabaron para luego difundir su fechoría, me hace pensar que el futbol, así como muchas otras cosas, se ha convertido en un pretexto para vandalizar, para matar al otro, para hacerle daño.
Escuché en esos videos a personas que gritaban porras de sus equipos -como si se tratara de integrantes de un cártel- mientras pateaban los cuerpos inertes de personas. Éstas son posturas extremas que no inventó el futbol, pero que se vale de éste como pretexto para explotar.
Durante la pandemia las puertas de los estadios fueron cerradas para evitar contagios de Covid-19. Hoy, de nuevo las gradas están aisladas, no por el Covid, sino por un virus peor, el del odio y la violencia irracional. Parafraseando a mi admirado Juan Villoro “nuestro país se ha convertido en un catalizador de enfermedades sociales”.
En el baúl. Ha llegado hasta mis manos una denuncia, en la que organizaciones delincuenciales falsifican documentos de programas del Gobierno federal y además se han dado a la tarea de especializar sus acciones. Tienen páginas de Internet falsas en las que esos mismos documentos incluso se pueden cotejar y hasta validar. Certificados de bachillerato y de otros niveles escolares que se venden desde dos mil hasta seis mil pesos. Claro, estos sitios y estas bandas no existirían si no hubiera un mercado de tramposos que compran y adquieren estos documentos. Así las cosas.