Yo vi cuerpos calcinados que tuvieron un nombre y una historia. Padres de familia, hijos, abuelos.
Yo vi madres buscando a esos hijos en medio de ciudades devastadas con agujeros por disparos como adornos en paredes y ventanas. Llorando los horrores del duelo de la ausencia.
Vi casas y edificios destruidos como si cañonazos de tanques las hubieran reventado. Los mismos tanques que aplastan autos con tripulantes abordo.
Vi brazos mutilados, piernas desaparecidas, cuerpos desollados, ojos que ya no miran. Vi cabezas cercenadas y cabellos por doquier.
Vi también cómo estallaban minas antitanque y destruían vehículos militares como si les tuvieran rencor, inaugurando una nueva era en la violencia encarnizada.
Vi volar helicópteros artillados y encender sus balas como lenguas de fuego contra otros humanos, destazando la carne de los contrarios.
Vi, también, ciudades teñidas de rojo, con caminos bloqueados, con trampas para no dejar escapar a nadie y como nadie pudo escapar de ahí. Vi ciudades fantasma, con toque de queda y pueblos abandonados.
Vi la mirada de niños perdidos, de mujeres tristes y padres carcomidos por el miedo.
Vi niños calcinados en bodegas que se derritieron y murieron sin saber qué era vivir. Vi una tierra sin control, sin sentimientos, sin justicia.
Vi mujeres desaparecidas, sus cuerpos lastimados esparcidos en bosques y montes, escondidas de quienes las aman. Las vi aparecer muertas.
Vi después, que no era otro país, que no era otro continente y que no era al otro lado del mundo, los horrores de la guerra estaban aquí, en mi suelo, en mi tierra, en mi lugar, en mi México.
Los hemos vivido durante muchos años, los hemos respirado desde hace mucho tiempo, están y existen. Lo que nunca ví, es el grado de indiferencia con el que se ha tratado esta ola de violencia y la normalización de la misma.
Sufrirla es triste… que aumente a diario en el país, ¡es trágico!