La semana pasada, Irán y Arabia Saudita, con la mediación de China, anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas después de seis años de tensiones y enfrentamientos entre ambos países. El acuerdo, si se llega a implementar, supone una importante reestructuración de las relaciones de poder en Medio Oriente. Irán y Arabia Saudita, junto con Israel, son las potencias dominantes en la región. Además de la brecha religiosa entre ambos países (Arabia Saudita, país sunita, e Irán, líder de los chiitas), y del enfrentamiento entre los hutíes (fuerzas chiitas que Irán financia) y Arabia Saudita en el contexto de la guerra civil en Yemen, ambos países compiten por influencia y poder en toda la región, incluyendo en Siria, Líbano e incluso en Irak.
En los últimos años, los países sunitas formaron una alianza de conveniencia con Israel para hacer contra a la expansión iraní. Hace tan sólo unas semanas se rumoraba que en los próximos meses, Israel y Arabia Saudita establecerían por primera vez en la historia relaciones diplomáticas, consolidando así la alianza que se formó con los Acuerdos de Abraham.
El acuerdo entre Arabia Saudita e Irán, de la mano de Beijing, prendió de inmediato las alarmas entre los enemigos de Irán y para muchos es muestra de la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región. Sin embargo, hasta este momento, Washington no parece estar particularmente alarmado. Es verdad que en la última década, como ha sucedido en casi todas las regiones del mundo, en particular en África, China ha incrementado su presencia e influencia en Medio Oriente. Hace tan sólo unos años era impensable que China fungiera como el mediador entre las dos potencias rivales de la región. No obstante, Washington, que ha sido incapaz de lograr un acuerdo que controle el programa nuclear iraní, no tiene la capacidad diplomática para enfriar las tensiones entre los dos rivales regionales. Según los reportes detrás de bambalinas, el acuerdo entre Irán y Arabia Saudita cuenta con la garantía china de que Irán reducirá sus intentos expansionistas en la región, algo que, de ser cierto, beneficiaría a todo Medio Oriente. Además de que el acuerdo no incluye pactos de cooperación tecnológica o militar.
En resumen, a pesar de que con este acuerdo China se establece como un nuevo líder en la región, para Estados Unidos y la alianza sunita, el acuerdo entre Irán y los sauditas podría, de ser exitoso, reducir las tensiones y crear mayor prosperidad en la región. Queda por verse, sin embargo, si el acuerdo se implementará. Los sauditas no tienen prisa por abrir una embajada iraní en Riad y cualquier violación al acuerdo o misil de parte de los aliados iraníes en Yemen hacia el reino saudita detendrá por completo el proceso. La entrada de China de lleno en el juego de poder de Medio Oriente podría resultar en una región más estable; no obstante, en la región más violenta del planeta reina como siempre el escepticismo.