Me encontré con un amigo en el mercado de Yafo al sur de Tel Aviv para cenar. A las 9:00 pm me di cuenta de que todos a mi alrededor miraban sus celulares. Una notificación del periódico Haaretz anunciaba en el mío: “Ataque terrorista en Tel Aviv”.
En un país acostumbrado al terrorismo, la noticia no pareció en un principio sorprendente. Unos minutos más tarde, dos amigos a los que esperábamos para cenar nos dijeron que preferían quedarse en casa, desde su departamento se escuchaban las sirenas de la policía y las ambulancias. Unos cuantos minutos más tarde llegó la recomendación de la policía: “Regresen a sus casas y no salgan a sus balcones, uno o dos terroristas dispararon indiscriminadamente en un bar en Dizengoff”, una de las principales calles de la ciudad.
Poco a poco el restaurante se fue vaciando y decidimos regresar a nuestras casas. En un cerrar de ojos Tel Aviv se tornó en una ciudad fantasma. Al llegar a casa encendí la televisión, que transmitía el espectáculo de la búsqueda de el o los terroristas. La crítica al día siguiente destrozaría a los noticieros del país; y es que con tal de conseguir rating los medios se convirtieron en una amenaza a la seguridad de los ciudadanos con un reportaje digno de Netflix, y en vivo por las ocho horas que duró la búsqueda del terrorista. Los reporteros, ansiosos de capturar algo, no sé en verdad qué, siguieron a la policía mientras buscaba casa por casa en la vecindad del atentado, corriendo detrás de cualquier incidente que podría tornarse en un encuentro violento.
Fue así como, aterrorizada, se fue la ciudad a dormir. Casi al amanecer, fuerzas de seguridad abatieron al terrorista que cometió el atentado después de que éste intentara dispararles. El terrorista se encontraba al lado de una mezquita en Yafo, a casi cuatro kilómetros del lugar del atentado y a sólo unos metros del lugar donde la noche anterior salí a cenar con mis amigos. La mañana del día siguiente fue un día de duelo para la ciudad, dos hombres murieron en el atentado y uno más moriría horas después. Trece personas más resultaron heridas. Sin embargo, a diferencia de otros lugares en el país, donde los atentados y entierros de los muertos se vuelven un fúnebre manifiesto de odio y nacionalismo extremo, en Tel Aviv el duelo fue silencioso. Pocas personas salieron a la calle en los dos días siguientes después de las seis de la tarde y el atentado estaba en boca de todos. Sin embargo, cuatro días después la ciudad regresó a la normalidad; una ciudad pluralista, abierta al mundo y respetuosa de sus minorías, en donde árabes y judíos viven en paz, no se deja vencer fácilmente.