Algunos elementos del éxito de El juego del calamar

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

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Gabriel Morales Sod *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

En tan sólo dos semanas desde su estreno, El juego del calamar se convirtió en la serie más vista en la historia de Netflix, con más de 100 millones de reproducciones (un tercio de todos sus usuarios) y llegando al número uno en más de 90 países alrededor del globo.

La serie relata la historia de un número de personas desesperadas que deciden participar en un juego a muerte por una recompensa multimillonaria; si la trama suena familiar es porque precisamente ésta es la intención de Netflix: producir contenido para las masas, que logre salir de los mercados locales donde se produce y generar la mayor cantidad de vistas posibles. Qué mejor lugar para producir una serie de esta envergadura que Corea del Sur.

En los últimos años, este país asiático se ha convertido en uno de los principales centros de producción de cultura, y en específico de cultura pop, en el mundo. El K-pop, género musical de origen coreano y popular en Asia por más de dos décadas, se ha expandido rápidamente alrededor del mundo logrando lo que ningún otro había conseguido: llegar a los primeros lugares de las tablas sin traducir las canciones al idioma inglés. Otro ejemplo fue la película Parásitos que conquistó tanto la Palma de Oro de Cannes como el Oscar a la Mejor película y el Mejor director en 2020. El éxito de éstas y decenas de otras producciones coreanas no es una casualidad, sino parte de un proyecto de Estado que ha invertido desde la década de 1980 de manera masiva en la cultura y el deporte del país. El objetivo del Estado surcoreano fue claro, exportar de manera masiva sus productos culturales.

Otra de las claves del éxito comercial de estas producciones coreanas ha sido la introducción de personajes y temas hasta entonces relegados en una sociedad fuertemente marcada por convenciones sociales tradicionales. En la serie, al igual que en Parásitos y en muchas canciones de K-Pop, se tocan temas de desigualdad económica y de género por primera vez en varias generaciones. En realidad, el tratamiento de estos temas en la serie es superficial y de poca sustancia; sin embargo, en una sociedad altamente desigual como Corea del Sur estos temas resonaron inmediatamente entre la audiencia —lo mismo sucedería en Estados Unidos—. Otro elemento importante de la serie es la enorme cantidad de violencia explícita y sangre, otra tradición de las producciones surcoreanas de los últimos años. Estos elementos, combinados con la estrategia publicitaria de Netflix, que se encargó de producir vestuarios y elementos icónicos que ahora todos imitan, crearon el efecto esperado. A pesar de que hay quienes reconocieron el experimento académico de prisioneros de Stanford, el libro Ensayo sobre la ceguera de Saramago y la novela El señor de las moscas como inspiraciones de la serie, en realidad es más bien la continuación de otras producciones supercomerciales y mucho más banales de Netflix como La casa de papel. Un refrito, de un presupuesto exorbitante, y con un gran casting hecho en uno de los países líderes en la producción de contenido pop masivo.

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