Después de 20 años y más de 300,000 muertes de civiles afganos, el presidente Biden anunció esta semana el retiro final de todas las tropas estadounidenses de Afganistán hasta el 11 de septiembre de este año. Lo que fuera una operación militar con un objetivo específico, eliminar al grupo Al-Qaeda en respuesta a los ataques de las Torres Gemelas, se convirtió a lo largo de los años en un conflicto multifacético.
La intervención pronto se tornó en una lucha armada no entre Al-Qaeda y el Ejército estadounidense, sino entre éste y el Talibán, una organización militar y civil islámica fundamentalista que hoy, después de años de conflicto, aún ocupa la mitad del territorio afgano. Parece ser que Afganistán, junto con Irak, puso fin a la política estadounidense de intervención y construcción de democracias —objetivo que nunca consiguieron ni en Afganistán ni en ningún otro país. El ejemplo del Talibán, un grupo local que cuenta con enorme apoyo popular, servirá como recordatorio a Washington de que no solamente estas operaciones son inútiles, sino que casi siempre van en contra de la voluntad de las poblaciones locales.
El fracaso en Afganistán quedó en evidencia incluso antes de la primera presidencia de Obama; sin embargo, ni él ni Trump cumplieron sus promesas de campaña y aunque redujeron de manera significativa la presencia de tropas en Afganistán, no tuvieron el valor de salir completamente del país. Si bien en los primeros años el argumento para mantener tropas era que antes de dejar el país, Washington tendría que formar un gobierno estable y mejorar las condiciones de vida de los afganos, en particular de las mujeres, en los últimos años la justificación era que, de no tener una presencia mínima, el Talibán pronto ocuparía el poder en Afganistán. Las conversaciones entre el Talibán y el gobierno afgano en Doha para llegar a un acuerdo de paz, sin embargo, parecen ser prometedoras y con Al-Qaeda prácticamente eliminada de Afganistán parece que el peligro de que desde este país se planeen ataques terroristas internacionales es bajo. A diferencia de Irak, donde el Estado Islámico ocupó rápidamente el vacío político, el Talibán, aunque fundamentalista, no es una organización imperialista.
El destino de Afganistán es incierto, a pesar de que el gobierno central se ha fortalecido en la última década y cuenta hoy con un Ejército relativamente fuerte, y no sería una sorpresa si el Talibán ocupa el poder en unos cuantos años. Veinte años y más de 2,000 soldados norteamericanos muertos después, Washington finalmente se percató de que éste es el mejor escenario posible. Lo que pudo haber sido una operación militar rápida en contra de un grupo terrorista se convirtió en un conflicto interminable. Hoy, sin embargo, con más de una década de retraso, llegó el fin de la intervención estadounidense en Afganistán.