Esta semana, un error de programación, le dio al mundo una probada de lo que pasaría si Facebook, Instagram y WhatsApp desaparecieran del planeta. Para muchas regiones y países, por ejemplo América Latina, donde WhatsApp tiene casi un monopolio de los mensajes de texto, e India, donde Facebook es prácticamente sinónimo de Internet, las consecuencias se sintieron de inmediato.
Por si la caída de estas tres aplicaciones fuera poco, cientos de otras aplicaciones y servicios (por ejemplo televisión satelital) que están vinculados a cuentas en Facebook tuvieron problemas, provocando a la vez la caída de cientos de otras compañías. Algunos cálculos indican que las pérdidas llegaron a más de 150 millones de dólares para la economía.
La caída de Facebook demostró la profunda dependencia que la economía mundial y nuestras sociedades han desarrollado respecto a estas aplicaciones. Sin embargo, este resultado no era inevitable. Por varios años, grupos de activistas, exempleados de estas redes sociales y políticos progresistas han tratado de detener la máquina monopolizadora en la que Facebook se ha convertido. Imagínense que esta semana, en vez de caer las tres aplicaciones en paralelo, hubiera tenido problemas sólo una (como ha sucedido ya algunas veces); fácilmente hubiéramos podido sustituir los servicios con otra aplicación. Facebook, WhatsApp e Instagram eran, de hecho, hasta hace pocos años, compañías distintas. Cuando Mark Zuckerberg y su equipo se percataron del rápido crecimiento de éstas, decidieron comprarlas muy por encima de su precio de mercado para asegurarse de mantener el monopolio de las comunicaciones.
Ésta es también la historia de otros cientos de empresas que Facebook compró, aunque no necesariamente para agregarlas a su repertorio, sino para destruirlas un día después de la compra. Los efectos perniciosos de los monopolios son bien conocidos. Sin embargo, nuestros sistemas políticos polarizados y disfuncionales han sido incapaces de elaborar y ejecutar nuevas leyes antimonopolio en el ámbito de la tecnología. El resultado es que unas cuantas empresas que todos conocemos, Facebook, Amazon, Google, Microsoft y Apple, se han convertido en monstruos incontrolables, que no dudan en aplastar a cualquier empresa que vagamente les haga competencia.
Los monopolios de tecnología no solamente perjudican al consumidor, pues imposibilitan la aparición de competidores y causan un aumento en los precios, sino que han adquirido un enorme poder para controlar la manera en que consumimos y nos comunicamos. Aunque el avance de la tecnología y el crecimiento de estas compañías ha tenido efectos positivos en distintos ámbitos, ninguno de éstos justifica las prácticas monopólicas de estas empresas.
Para tratar de ocultar estos efectos, estas compañías invierten anualmente millones de dólares en promover su imagen pública. No obstante, el apagón de esta semana dejó muy claro que la falta de competencia en este mercado puede tener consecuencias nefastas. Ha llegado la hora de emparejarnos con el avance tecnológico y promulgar leyes que limiten el crecimiento de estas empresas y la formación de megamonopolios tecnológicos.