En Jaffa, Israel
El conflicto actual entre Israel y los palestinos, que ha dejado ya más de 150 palestinos y 10 israelíes muertos, entre ellos una gran cantidad de civiles, nos recuerda los fatídicos enfrentamientos de 2014. Sin embargo, esta vez las cosas son distintas. Los combates que usualmente se dan en Gaza, los territorios palestinos y en la frontera sur de Israel, hoy se han extendido al interior de Israel.
Mientras los misiles de Hamas llegan hasta Tel Aviv, grupos de árabes y judíos israelíes se enfrentan en las calles de las ciudades mixtas de Israel; imágenes que habían sido olvidadas después de la segunda intifada (2001). Dos civiles, uno judío y otro árabe, fueron víctimas de linchamientos, el primero de ellos letal.
En respuesta a la enorme cantidad de desinformación que recorre las redes sociales, esta serie de cuatro artículos pretende, de manera sincrética, explicar cuatro procesos distintos, pero necesarios para entender el conflicto: la lucha de Netanyahu por mantenerse en el poder; la batalla entre Hamas y la Autoridad Palestina por el control de Gaza y Cisjordania; el crecimiento de la extrema derecha en Israel y el deterioro de las relaciones entre el gobierno y la policía y la sociedad árabe israelí.
“Ves el odio en sus ojos”
Tira es una pequeña ciudad árabe de clase media y profesional en el centro de Israel. El martes 18, los ciudadanos de Tira junto con miles de palestinos, tanto dentro de Israel como en los territorios ocupados, decidieron comenzar una huelga general para protestar contra la guerra en Gaza, la brutalidad policial y la discriminación contra los árabes en Israel. La huelga, según Moataz Samara, un comunicólogo árabe y activista político en Tira con el que hablé esta semana, representa el largo camino que ha tomado la sociedad árabe israelí desde la segunda intifada. “En las últimas dos décadas ha habido un fuerte movimiento hacia la integración; los doctores, enfermeros, servidores públicos y profesionales árabes se han convertido en una parte imprescindible de la sociedad y la economía israelí”. A diferencia de hace veinte años, una gran parte de la sociedad árabe se identifica como israelí y en las últimas elecciones Ra’am, un partido islamista, tomó el valiente paso de suspender el boicot de los partidos árabes al Gobierno de Israel y a punto estuvo de entrar en un gobierno de coalición por primera vez en la historia.
Sin embargo, este movimiento se ha enfrentado contra un muro de discriminación y rechazo por parte del gobierno y un sector importante de la sociedad judía. Después del discurso de 2013 en la Universidad Bar Ilan, donde Netanyahu habló por primera vez de la solución de dos estados, Bibi, asediado por investigaciones de corrupción, decidió dar un giro contundente hacia la derecha. El odio a los árabes se convirtió así en su mejor herramienta para mantenerse en el poder y rápidamente el gobierno se tornó en contra de sus propios ciudadanos.
Muchos recordarán el video del primer ministro en 2015 el día de la elección cuando, para incrementar el porcentaje de voto de derecha, salió en vivo a acusar a organizaciones de izquierda de “traer árabes en autobuses a votar”; sólo tres años más tarde, en un intento de incrementar su popularidad, el gobierno promulgó la ley de nacionalidad, que proclamó a Israel como el Estado del pueblo judío, enfureciendo al veinte por ciento de la población no judíomusulmanes, cristianos y drusos.
Las consecuencias de estas acciones no han sido puramente simbólicas. En los últimos años, la policía israelí ha rechazado las demandas de la población árabe para detener los asesinatos y la violencia de organizaciones criminales que se han enriquecido por medio de la extorsión. Por si esto fuera poco, las relaciones entre la policía y la población árabe se han deteriorado aún más como consecuencia de la brutalidad policial. “En respuesta a las manifestaciones de árabes, la mayoría de estas pacíficas, la policía detiene de manera indiscriminada y probablemente ilegal a jóvenes en la calle, ves el odio en sus ojos”, relata Moataz. A pesar de que tanto grupos judíos como árabes han cometido actos violentos en las últimas semanas, hasta el momento sólo jóvenes árabes tienen órdenes de aprehensión.
Esto ha motivado, en paralelo, la radicalización de grupos de jóvenes árabes de clases más bajas. Éstos, en su mayoría religiosos, no se han visto beneficiados del proceso de integración de los profesionales árabes y los actos de la policía israelí en contra de espacios religiosos en Jerusalén hace unas semanas fueron suficientes para convertir su enojo permanente en una ola de violencia.
La mayoría de la población árabe, también enojada pero pacífica, no ha sabido detener la violencia de estos grupos, violencia que se alimenta a su vez en un círculo vicioso de enfrentamientos con la policía. Le pregunté a Moataz si las cosas volverán a la normalidad: “Después de que cada grupo (judíos y árabes) fueron expuestos a grupos radicales de ambos bandos que pocos conocían, no sé cómo las cosas podrán regresar a la normalidad, aunque lo que es cierto es que la sociedad está más integrada que nunca”; ¿qué es lo que esperas conseguir con estas protestas? “Quiero dejar de tener miedo de ver a un policía cuando salgo a la calle” y “quiero recuperar mi honor ciudadano”.