Gabriel Morales Sod

Las redes sociales y el declive de la democracia

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Gabriel Morales Sod
Por:

Esta semana fuimos testigos de uno de los momentos más ruines de la política internacional en lo que va del siglo. El presidente Trump, después de convalecer de Covid, invitó al público estadounidense a no temerle a un virus que ha matado ya a más de 200 mil personas sólo en su país.

La negligencia, el cinismo y la crueldad del presidente le han costado algunos puntos en las encuestas; sin embargo, la victoria de Trump en la próxima elección, en menos de un mes, es aún posible. Para quienes vimos con horror el comportamiento del presidente esto parece inverosímil y nos preguntamos ¿cómo es posible que ni siquiera una conducta de esta naturaleza pueda ser decisiva para acabar con sus probabilidades de reelección?

La respuesta a esta pregunta es compleja. Mucho se ha escrito sobre la polarización política; sobre cómo las preferencias políticas de las personas se convierten en parte de su identidad y, por consiguiente, incluso actos como el de esta semana no los harán cambiar de opinión, porque implicaría ir contra ellos mismos. Aquí, sin embargo, me gustaría hablar sobre el papel que desempeñan las redes sociales. Todos conocemos el concepto de “fake news” y la manera en que estas plataformas se han convertido en un mecanismo de distribución de información falsa e incendiaria. No obstante, las redes sociales contribuyen a la polarización y radicalización políticas de una manera mucho más perversa.

Estamos acostumbrados a pensar en estas plataformas como un medio; como una herramienta para comunicarnos con los demás, compartir experiencias, seguir a medios, políticos y celebridades que nos interesan. No obstante, la manera en que funcionan las redes sociales es, en varios sentidos, la opuesta. Si las redes sociales son gratuitas no es por servicio a la comunidad, sino porque su objetivo es mantenernos el mayor tiempo en línea posible para maximizar el número de anuncios que vemos. Facebook, Instagram y Twitter trabajan constantemente para desarrollar métodos que nos vuelvan adictos a sus plataformas. Los botones de notificación de color rojo, el estatus “en línea” que nos indica que nuestros amigos están conectados, las sugerencias de amistad, todos éstos fueron probados en laboratorios con seres humanos como métodos que garantizan que pasemos más tiempo conectados.

Sin embargo, la herramienta quizás más efectiva que tienen estas plataformas para volvernos adictos es proveernos de contenido que nos atraiga. ¿Cómo sabe el algoritmo qué posts nos mantendrán en línea? Nosotros mismos le enseñamos. La plataforma registra el tipo de perfiles a los que entramos, los artículos a los que hacemos clic, el número de segundos que miramos un video y una foto; y así, día con día, el algoritmo aprende a conocernos más a fondo. La relación de esto con la polarización política es casi linear. No solamente las redes sociales nos proveen de contenido que confirma nuestras ideas, pues saben que es más probable que quedemos en línea a leerlo, sino que además saben que el contenido más adictivo es el amarillista, incendiario, aquel que nos enfurece o que provoca en nosotros morbo y curiosidad. Es así como hemos llegado en un mundo donde no sólo es fácil propagar información falsa, sino donde, en aras de mantenernos en línea, las redes sociales se han encargado de radicalizar nuestras opiniones, de hacernos creer que todos piensan como nosotros, eliminando nuestra capacidad de ver matices, de escuchar opiniones distintas, de desarrollar nuestro pensamiento crítico. Las consecuencias para el declive de nuestros sistemas democráticos las estamos ya viviendo todos.