Gabriel Morales Sod

La transformación de Rusia de líder a paria internacional

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Desde el inicio de la guerra, Putin ha tratado de enmarcar la invasión rusa como una respuesta a la expansión de Occidente y como un enfrentamiento no entre Ucrania, una nación soberana, y Rusia, sino entre este país y Occidente entero. El apoyo de Occidente a Ucrania, en dinero, armas e inteligencia ha sido fundamental para revertir el curso de la guerra en favor (por el momento) de Ucrania. Sin embargo, el frente unido que amenaza con fulminar al ejército y economía rusos es el resultado no de un plan coordinado de Occidente para acabar con este país, sino de los errores de cálculo de un líder quien, cegado por su narcisismo y ambición, sobrevaloró sus propias capacidades.

Hace tan sólo un año, Rusia parecía más fuerte que nunca. El país gozaba de estratosféricos ingresos por la venta de energéticos a Europa y, desde su intervención militar en la guerra civil siria, Putin había conseguido convertir de nuevo a Rusia en una potencia global. Ante la inestabilidad política que azota a Estados Unidos y a varios países europeos (en parte como resultado de la guerra de desinformación que Rusia condujo con relativa impunidad en estos países), Putin consiguió incrementar su poder frente a Occidente; fue precisamente esta aura de fuerza en los ámbitos militar y energético la que le permitió a Putin ocupar Crimea en 2014 sin mayores consecuencias. Europa, atada de manos por su dependencia a los energéticos rusos, terminó prácticamente obligando a Ucrania a aceptar la ocupación. En las semanas antes de la invasión de este año, los medios occidentales estimaban que Rusia, una potencia militar con armas nucleares, no tendría problemas en acabar con el ejército ucraniano.

Sin embargo, en pocos días, la desorganización y falta de recursos del ejército ruso se hicieron evidentes. Escondido detrás de la imagen de fuerza económica y militar que Putin había logrado proyectar, estaba un país cuya industria, burocracia y ejército —como resultado de décadas de corrupción en las que una pequeña élite se apoderó de los recursos— están plagados de problemas. A ocho meses de iniciada la guerra, Rusia ha dilapidado su relación económica con Europa, tirando a la basura años de inversiones en infraestructura energética; las sanciones occidentales dañarán profundamente, en el largo plazo, el desarrollo de la industria y el ejército rusos; miles de cerebros y, con el anuncio de la nueva conscripción, cientos de miles de jóvenes en edad laboral (se estima alrededor de 500,000), han huido del país; en lugar de debilitar a la OTAN, la organización creció con la adición de Finlandia y Suecia; el ejército ruso, incluidas unidades de élite enteras que han sido eliminadas, tardará décadas en reconstruirse; e internamente, las bases del régimen de Putin han comenzado ha resquebrajarse con particular fuerza desde el anuncio de la conscripción militar forzosa.

Rusia, de manera similar a Corea del Norte, se ha convertido en un paria en la comunidad internacional, dependiente de China, y cuyo activo de poder más importante son sus armas nucleares. Hace tan sólo unos meses el ejército ruso era temido, la energía rusa un bien preciado y Putin contaba con un gran capital político tanto en el ámbito local como en el internacional. Nada de esto es cierto hoy.