El atentado a las Torres Gemelas hace veinte años no solamente desencadenó dos guerras en el Medio Oriente, sino también cambios fundamentales en la manera en que transitamos en el mundo; chequeos intensivos, sistemas de cámaras de seguridad en ciudades enteras y nuevas restricciones a los sistemas de inmigración.
Estas novedades, aunadas a las invasiones de Irak y Afganistán, tenían un objetivo concreto: mitigar el terrorismo internacional, con particular énfasis en el terrorismo islámico. Algunas de estas políticas tuvieron un éxito relativo. Las nuevas reglas en el transporte aéreo y los nuevos protocolos de seguridad evitaron, hasta este momento, nuevos atentados del mismo tipo, y la guerra de Afganistán y la subsecuente persecución y asesinato de Osama bin Laden volvieron casi irrelevante al grupo terrorista Al-Qaeda. Sin embargo, a veinte años del atentado, el terrorismo islámico no desapareció, sino que mutó en variantes aún más letales y sofisticadas.
A pesar de que el regreso del Talibán se ha convertido en el símbolo del fracaso de la campaña antiterrorista, en realidad, más allá de proveer refugio a Bin Laden y Al-Qaeda, es un grupo fundamentalista sin aspiraciones de expansión internacional. La verdadera raíz de la nueva ola terrorista que hemos vivido en la última década comenzó con la injustificada invasión de Irak. La fractura del equilibrio entre sunitas y chiitas en el país permitió la aparición del Estado Islámico (EI). A pesar de que el grupo terminaría por perder el control de la mayor parte del territorio que ocupó, lo cierto es que, como vimos en el atentado al aeropuerto de Kabul hace pocos días, las células del EI siguen activas alrededor de Medio Oriente y probablemente hay varias células durmientes más que esperan el momento adecuado para atacar en Occidente.
La guerra en Irak fue también el telón de fondo de una serie de conflictos, incluida la guerra civil en Siria, que terminaron con el éxodo masivo de inmigrantes que han puesto en duda las bases de la Unión Europea y culminaría con la salida de Gran Bretaña de la Unión y, en menor medida, con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Aunque es verdad que nuestros aeropuertos y viajes internacionales son hoy más seguros, lo cierto es que las miles de víctimas en las guerras civiles que siguieron a la invasión de Afganistán e Irak no terminaron convirtiendo al mundo en un lugar más seguro. Desde el 11 de septiembre de 2001 hemos aprendido cómo evitar ataques terroristas de gran envergadura; sin embargo, la lección más importante es que invasiones militares y cambios de régimen impuestos no sirven sino como detonadores de nuevas y más peligrosas variantes de terrorismo.