Gabriel Morales Sod

Violencia en Yenín, protestas en Tel Aviv

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Esta semana, el ejército israelí, en la operación terrestre más grande desde la Segunda Intifada hace veinte años, incursionó al campo de refugiados en Yenín. La operación dejó diez palestinos y un soldado israelí muertos.

En la última década el campo de refugiados de la ciudad de Yenín, donde habitan alrededor de quince mil palestinos desplazados, se ha convertido en cuna de organizaciones terroristas islámicas y base operativa de decenas de intentos de ataques terroristas contra civiles israelíes. Sin embargo, aunque la operación tuvo como objetivo detener a estas células, lo cierto es que el gobierno de Israel comparte la responsabilidad de lo que sucede en Yenín. Con el objetivo de frustrar el proceso de paz, durante los años de Netanyahu como primer ministro, el gobierno israelí se ha encargado de debilitar a la Autoridad Palestina (AP), que controla Cisjordania. La cooperación entre ambos desde los acuerdos de Oslo ha sido fructífera en el ámbito de seguridad; sin embargo, conforme la AP ha perdido poder, grupos islámicos han ocupado el vacío. La juventud palestina en esta pobre área de Yenín, sin mayores prospectos a futuro, ha caído presa del terrorismo islámico.

Ayer, tan sólo un par de días después de que finalizó la incursión en Yenín, comenzaron a sonar los teléfonos de miles de activistas en favor de la democracia con una noticia y un llamado. El jefe de la Policía de Tel Aviv, que durante los meses de protesta decidió no intervenir en contra de las manifestaciones pacíficas, renunció ante la presión del ministro de Seguridad Interior, Ben Gvir, para reprimir con fuerza las manifestaciones. El llamado: es tiempo de salir a las calles. Las protestas se extendieron por todo el país, cerrando la arteria principal de Israel, y continuaron el día de ayer afuera de las casas de decenas de miembros del Parlamento que buscan dañar a la democracia israelí con una serie de leyes que significarían el fin de la independencia judicial.

A pesar de que muchos, incluso en el centro israelí, pretenden soslayar el nexo entre lo que sucede en Yenín y las protestas dentro de Israel, el vínculo es innegable. Ben Gvir y el grupo de colonos de ultraderecha quieren herir de muerte al sistema judicial para consagrar su proyecto colonizador en Cisjordania; el mismo ministro que llamó a colonos a ocupar de forma ilegal tierra palestina, en venganza a un ataque terrorista, es el que despidió al jefe de la Policía cuando se rehusó a dispersar las manifestaciones con violencia.

En el movimiento de protesta hay dos corrientes, aquellos que sugieren que el movimiento debe de enfocarse únicamente en salvar a la democracia y aquellos que llaman a terminar con la ocupación porque piensan que es el foco del asunto. La semana pasada, manifestantes de estas dos corrientes se enfrentaron a golpes en Tel Aviv. Sin embargo, ayer, cuando antier miles y miles salieron espontáneamente a las calles, la consigna era una: “Un solo cuerpo, unidos venceremos”.