Yo pensé que después de la pandemia abandonaríamos para siempre la antiquísima pero poco higiénica costumbre de apretarse las manos para saludar. Supuse que haríamos como los indios, juntando las manos como si se rezara, o como los japoneses, con una inclinación del torso. Me equivoqué, hemos vuelto a las andadas y seguimos estrechando las manos en las reuniones.
Cuando era niño acostumbraba a estrechar las manos de mis amiguitos con inocencia, pero cuando llegué a la adolescencia descubrí que algunos de mis compañeros no estrechaban, sino que literalmente apretujaban la mano en el saludo para mostrar que eran más poderosos físicamente.
Recuerdo que un amigo me apretaba dolorosamente la mano cada vez que me saludaba y me obligaba a rogarle que me la soltara. En el medio machista mexicano la fuerza con la que se apretaba la mano daba un prestigio viril e, incluso enviaba el mensaje de que uno era un hombre franco, que no oculta nada. Dicho en pocas palabras, quien apretaba más fuerte era más hombre en todos los sentidos que quien apretaba menos fuerte. Imposible olvidar aquella anécdota de José López Portillo cuando le dio la mano al presidente James Carter y después de apretujársela, le dijo en voz baja a su asistente: “¡Me lo chin...!”. Donald Trump hace lo mismo cuando estrecha la mano de otros dignatarios: los jala y no les suelta la mano hasta que él quiere, como para dar a entender quién es más poderoso y quién manda.
Pasó el tiempo para que encontrara personas que dejaban a propósito la mano floja cuando la ofrecían en el saludo. Hay diversas maneras de entender qué significa tender una mano completamente fláccida en un saludo. En una de sus crónicas, Ricardo Garibay contaba que en la costa guerrerense los hombres se dan la mano casi sin apretarla para evitar un conflicto mortal, a saber, para que no se saquen las pistolas por el hecho de quien te aprieta demasiado fuerte envía el mensaje implícito de que es más macho que tú.
Recuerdo que una vez que saludé a un importante mandatario de edad avanzada –no diré su nombre– él me ofreció una mano completamente lánguida lo que, de inmediato, me hizo evitar ponerle cualquier presión. Es evidente que las figuras públicas que en un día pueden saludar a cientos de personas, no pueden estar apretando manos con fuerza porque podrían pescar una tendinitis.
¿Qué hacer para abandonar definitivamente la costumbre de dar un apretón de manos en el saludo? Por desgracia quien se niega a dar la mano a quien se la extiende queda como un maleducado. El mensaje que se asume es que quien no presta su mano se siente superior al que se la brinda. No es fácil cambiar nuestros hábitos, sobre todo, aquellos que tienen significados tan complejos. ¿Acaso tendremos que esperar a la próxima pandemia?