Guillermo Hurtado

Breve manual para la autocrítica

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Llegamos al fin del año y se suele efectuar un examen de lo realizado hasta hoy. Es justo congratularse por lo que se hizo bien. Pero también es recomendable hacer una autocrítica de lo que hicimos mal o pudimos haber hecho mejor. El problema es que la autocrítica —la individual, no me refiero, aquí, a la colectiva— no es una tarea sencilla. Comparto algunas sugerencias sobre cómo emprenderla.

1.- Lo primero que hay que tener muy en claro es que no debemos confundir la autocrítica con la internalización de la crítica que nos hace o nos ha hecho alguien más: jefe o subordinado, maestro o alumno, padre o hijo, amigo o enemigo. La autocrítica puede tomar en cuenta lo que los demás nos objetan —de manera correcta o incorrecta— pero no puede ser una simple repetición en el foro interno de lo que otros nos reclaman.  

2.- La autocrítica debe ser autónoma, debe partir de uno mismo, no de los demás. Es una tarea que realizamos por lealtad a quienes somos o —quizá mejor dicho— a quienes queremos ser. La verdadera autocrítica se hace desde nuestro proyecto de vida, desde nuestras creencias más firmes, desde nuestros anhelos más hondos, desde nuestros valores más firmes, desde nuestros proyectos más auténticos. Cuando uno se mira al espejo se ve a sí mismo con sus propios ojos, no con los de nadie más. Así debe ser la autocrítica: un ejercicio absolutamente personal que salga de uno mismo para volver a uno mismo en un círculo perfecto.  

3.- La mejor crítica no es destructiva, sino constructiva. Lo mismo vale para la autocrítica. Ya tenemos suficiente con las malas intenciones de los demás para someternos, reducirnos, aplastarnos. Cuando hacemos una autocrítica debemos hacer un esfuerzo para borrar nuestros sentimientos más oscuros. Cuando nos critiquemos tenemos que hacerlo como si lo hiciéramos a la persona que más amamos: siempre pensando en su propio bien.  

4.- Por lo mismo, la autocrítica tiene que ser absolutamente honesta. No hay nada peor que engañarse a sí mismo: es un daño autoinfligido. Conocer la verdad sobre uno mismo, enfrentarla, asumirla, es la única manera de ser una persona completa, madura, que conozca su sitio en el mundo. No obstante, que seamos honestos con nosotros mismos no implica que estemos obligados a divulgar nuestras fallas, nuestros errores o nuestros pecados. La autocrítica no es una confesión ante los demás, por eso mismo puede y debe ser sincera, ya que nadie la ve y

nadie la escucha.  

5.- La crítica —sea a los demás o a uno mismo— no debe ser a la persona entera, sino sólo a aquellos aspectos que estén en examen. La autocrítica, por lo mismo, no es un juicio global que hacemos a nuestra persona —como el que hará Dios al final de los tiempos— sino un ejercicio en el que atendemos a aquellos rasgos de uno mismo que no concuerdan con nuestra idea de cómo queremos o cómo debemos ser. No hacemos una autocrítica para perdonarnos o condenarnos, como si fuéramos el juez de nosotros mismos.  

6.- Para llevar a cabo una autocrítica que resulte de utilidad es indispensable que seamos capaces de distinguir los distintos compartimentos que componen nuestra existencia. Por ejemplo, no mezclar la crítica a nuestro desempeño laboral con la crítica a nuestra relación de pareja. Este deslinde —por seguir con ejemplo anterior— no es sencillo porque muchas veces lo que afecta nuestro trabajo también perjudica nuestro matrimonio o viceversa. Todo lo que vivimos está interconectado. No obstante, cuando ejerzamos la autocrítica debemos hacer el esfuerzo de enfocarnos particularmente en cada aspecto de uno mismo, ya que sólo así podremos efectuar los cambios requeridos para corregirlos.  

7.- Por último, la autocrítica debe hacerse con un toque de ironía. Ya de por sí hay algo curioso en eso de mirarse al espejo y decirse sus verdades, sobre todo las que más nos duelen. Por lo mismo, nunca está de más un poco de humor para que el ejercicio no caiga en una solemnidad absurda. No obstante, el desdoblamiento no puede convertirse en una parodia. Es indispensable sujetar el espejo con firmeza y hablar con la sinceridad que nos debemos a nosotros mismos.