Cuando la palabra “conservadurismo” se usa en la política tiene un conjunto de significaciones que no es fácil determinar con exactitud. En su libro más reciente Lucas Alamán y la formación del conservadurismo mexicano en la primera mitad del siglo XIX (México, UASLP/Lambda, 2023), el Dr. Luis Patiño Palafox, especialista en la historia de la filosofía en México, se ha ocupado de rastrear el origen del término en el contexto mexicano.
Como nos muestra Patiño Palafox, el surgimiento del conservadurismo mexicano del siglo XIX responde a condiciones muy específicas de ese siglo, en particular a la recepción de las ideas ilustradas en el orbe iberoamericano. Hablar de un conservador mexicano en el siglo XX, después de la Revolución mexicana de 1910 o de un conservador mexicano en el siglo XXI, después de la llegada de López Obrador a la presidencia en 2018, nos obliga a referirnos a condiciones históricas muy distintas.
Quizá la mejor definición del conservadurismo decimonónico la dio Lucas Alamán en una carta que escribió a Santa Anna el 23 de marzo de 1853. En ese breve pero sustancioso documento, Alamán le explicó al general cuáles eran los principios que profesaban los conservadores y que “sigue por impulso general toda la gente de bien”.
El primero era la conservación de la religión católica, no sólo por ser la religión verdadera, sino por ser el principio unificador de los mexicanos. Eso supone, proteger los bienes del clero para sostener el culto “con todo su esplendor”. El segundo es que el gobierno “tenga la fuerza necesaria para cumplir con sus deberes”, aunque sujeto a restricciones para evitar abusos. El tercero es derogar el régimen federal para instaurar uno centralista. El cuarto es oponerse a “todo lo que se llama elección popular mientras no descanse sobre otras bases”. El quinto es hacer una reestructuración territorial del país que facilite la buena administración y confunda la forma anterior del Estado para que el federalismo no vuelva a retoñar. El sexto y último es que el ejército debe responder a las necesidades del país pero que su tamaño sea proporcional a los recursos para mantenerlo.
Alamán añadía que no se podía esperar que el Congreso tomara estas medidas, por lo que Santa Anna debía implementarlas dictatorialmente. Alamán le aseguraba que, para implantar un régimen conservador, contaba con “la fuerza moral que da la uniformidad del clero, de los propietarios y de toda la gente sensata que está en el mismo sentido”. Alamán también afirmaba que la opinión general estaba de su lado ya que “dirigimos por medio de los principales periódicos de la capital y de los Estados, que todos son nuestros”.
Como señala Patiño Palafox, la defensa de un Estado fuerte no era una propuesta exclusiva de los conservadores. Los liberales deseaban lo mismo. Y su rechazo de democracia representativa popular tampoco estaba tan lejana de lo que pensaban algunos liberales que suponían que el pueblo no estaba listo para mandarse a sí mismo (por más que se realizaran elecciones simbólicas). Según Edmundo O’Gorman, el régimen porfirista logró una convergencia de liberales y conservadores, de manera que los viejos liberales se convirtieron en liberales conservadores y los viejos conservadores en conservadores liberales. A O’Gorman le parecía un anacronismo demagógico que en el siglo XX se siguiera hablando de liberales y conservadores y seguramente, ahora, en el siglo XXI, él pensaría lo mismo.
Lo mejor, entonces, sería restringir el uso de los membretes de “liberal” y de “conservador” al siglo XIX y acuñar nuevos términos que nos sirvieran para dividir el campo político de una manera más fidedigna y más exacta. Una vez que tuviéramos esos nuevos términos podríamos hacernos la pregunta de cuáles son las coincidencias y las discrepancias entre esos nuevos bandos de la política y los de los liberales y conservadores del siglo XIX. Esa sí resultaría una pregunta legítima e interesante.
El trabajo que realiza Luis Patiño Palafox en su libro nos permite conocer el desarrollo histórico del conservadurismo mexicano del siglo XIX para poder pensar mejor acerca de nuestra política en el siglo XXI. La lectura filosófica que hace Patiño Palafox de nuestro pasado nos permite ajustar mejor nuestras herramientas conceptuales para pensar con más rigor acerca de nuestro presente.