En defensa de las humanidades (una vez más)

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El Estado mexicano ha despreciado a las humanidades desde hace décadas. En 2018 se prometió un cambio significativo al respecto, incluso se anunció que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) se llamaría Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (Conahcyt). En 2022, el nombre del Consejo sigue siendo el mismo y no hemos visto una transformación genuina con relación a las humanidades.

Lo he señalado en varias ocasiones: México no tiene una política de Estado para las humanidades –como sí la tiene, por deficiente que sea, para las ciencias o las artes–. Aunque el gobierno destina unos cuantos recursos a las humanidades en la forma de proyectos, becas, estímulos y premios, ello no significa que exista una estrategia para este campo disciplinar. Yo pienso que nos convendría crear un Consejo Nacional para las Humanidades —semejante al National Endowment for the Humanities de los vecinos del norte—, pero soy consciente de que eso sería mucho pedir en estos tiempos.

Somos nosotros, los humanistas mexicanos, quienes tenemos que organizarnos por cuenta propia. No se trata de exigir parcelas o de dividir a la comunidad académica. Lo que se pretende es que las humanidades mexicanas tengan una plataforma sólida desde la cual puedan desarrollarse
y servir mejor al país

¿Qué hacer para que se formule una política de Estado para las humanidades? Los políticos y los científicos están muy ocupados con sus asuntos y, sobre todo, con sus querellas. Somos nosotros, los humanistas mexicanos, quienes tenemos que organizarnos por cuenta propia. No se trata de exigir parcelas o de dividir a la comunidad académica. Lo que se pretende es que las humanidades mexicanas tengan una plataforma sólida desde la cual puedan desarrollarse y servir mejor al país.

El filósofo John Dewey sostuvo que la actitud experimental de la ciencia es de utilidad para la democracia. Esto es cierto, pero también recalcaría que la actitud reflexiva de las humanidades es de no menor provecho para la democracia. Es más, creo que, hoy por hoy, las humanidades pueden ser más beneficiosas que las ciencias para ese fin.

Conacyt
Conacyt ı Foto: Especial

En la actualidad, la ciencia es una práctica ultra especializada, trasnacional, que requiere inversiones millonarias y gestiones muy complejas. Este conocimiento es dominado por una élite. Una razón de lo anterior, más allá de la dificultad de darlo a conocer al vulgo, es que el conocimiento científico se ha convertido en un bien poseído por los Estados nacionales o por grandes corporaciones. Dicho de otra manera, los científicos no son dueños de sus descubrimientos, los dueños son las entidades públicas o privadas, civiles o militares, que los financian. Las humanidades, en cambio, nos ofrecen un conocimiento, casi gratuito, accesible a cualquiera.

Todavía hasta el siglo XIX en muchos colegios se enseñaba gramática, lógica, dialéctica y retórica. Pienso que rescatar alguna versión de esa pedagogía sería de mucha utilidad para fortalecer la democracia participativa. Las escuelas que aspiran a formar ciudadanos tienen que enseñar conocimientos, habilidades y actitudes indispensables para hablar, argumentar y debatir de manera correcta, ordenada y constructiva. Las escuelas también deben enseñar a sus alumnos a respetar a los interlocutores, atender a sus razones, comprender sus argumentos y encontrar los puntos de acuerdo. Basta con escuchar los paupérrimos debates políticos en el espacio público para darse cuenta de que el grueso de los mexicanos no tiene ese conjunto mínimo de actitudes y habilidades. Sin ellas, no seremos capaces de resolver nuestros graves desacuerdos de manera pacífica y, tarde o temprano, incurriremos en la violencia.

La enseñanza de la lógica no debe estar desconectada de la enseñanza de la ética. En la práctica del pensamiento crítico hay un trasfondo valorativo. Se valora la verdad, por supuesto, pero también la claridad, la sinceridad, el juego limpio, la tolerancia y, no hay que olvidarlo, el espíritu colaborativo. No basta con saber argumentar, hay que saber hacerlo para un buen fin

La enseñanza de la lógica no debe estar desconectada de la enseñanza de la ética. En la práctica del pensamiento crítico hay un trasfondo valorativo. Se valora la verdad, por supuesto, pero también la claridad, la sinceridad, el juego limpio, la tolerancia y, no hay que olvidarlo, el espíritu colaborativo. No basta con saber argumentar, hay que saber hacerlo para un buen fin. Este horizonte ético y, a fin de cuentas, cívico, de la argumentación fue una de las enseñanzas de Sócrates. Frente a los llamados sofistas, que entrenaban a los jóvenes para lograr victorias en el foro, Sócrates insistía en que esas artes debían orientarse a la búsqueda de la verdad, de la justicia y a la realización del bien individual y social.

Una democracia en la que el estudio de las humanidades se relegue a un oscuro rincón del currículum, una democracia que no destine suficientes recursos para la educación humanista en la escuela —desde la primaria hasta la preparatoria— es una democracia superficial y, por lo mismo, endeble. Cultivemos las humanidades y construyamos un México mejor.

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