Guillermo Hurtado

La democracia y los pobres

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Hace unos días recibí por medio de una lista de correo un mensaje que decía lo siguiente: “En Dinamarca, las personas que reciben algún tipo de ayuda social están inhabilitadas para votar. De esta forma se evita que la ciudadanía se transforme en clientelismo político y que sean votantes cautivos. Si quieres que suceda lo mismo en México, compártelo”.

Este mensaje es absolutamente falso, se trata de un claro ejemplo de la desinformación que inunda nuestros medios electrónicos. En Dinamarca el derecho al voto es universal para todos los mayores a los 18 años, tengan o no ayuda social. Por cierto, el mensaje tampoco es nuevo: la misma mentira se distribuye por la misma vía en distintos países de América Latina.  

¿Quiénes envían este tipo de engaños? La respuesta es muy clara: los enemigos de la democracia. Las fuerzas oscuras detrás de esta campaña de desinformación no parecen oponerse, en principio, a las ayudas sociales, sino a que cierto sector de la población vote y, sobre todo, vote de cierta manera. El sector en cuestión tiene un nom-

bre: los pobres.  

Son los pobres los que necesitan apoyos sociales: los niños pobres, las madres pobres, los ancianos pobres, los desempleados pobres, los enfermos pobres. Son ellos a los que los autores de aquella campaña de desinformación quieren sacar del padrón electoral, porque los acusan de ser “clientes” o “votantes cautivos”. No les importa que haya otros grupos sociales que también puedan describirse como clientes o votantes cautivos de otros intereses políticos, por ejemplo, los que reciben subsidios a la gasolina de sus autos de lujo o generosas exenciones a sus impuestos personales o inversiones millonarias para construir la infraestructura que utilizan sus empresas. Ellos son diferentes. Ellos no son clientes ni votantes cautivos. Ellos son ciudadanos libres, educados y honestos. En pocas palabras, ellos no forman parte del populacho.  

La democracia, tal como la conocemos, es un sistema relativamente nuevo. La idea del sufragio universal, idea que tanto irrita a quienes hacen la campaña de la que me he referido aquí, tiene menos de un siglo en casi todos los países del mundo. Para no ir más lejos, en México, las mujeres –la mitad de la población– apenas recibió el derecho al voto en 1953. Las razones que se aducían para negarle el voto a las mujeres mexicanas no eran muy diferentes a las que hemos considerado arriba. Lo que se afirmaba es que las mujeres carecían del criterio para votar con libertad por ser dependientes de sus maridos, de sus padres o de sus sacerdotes. El temor era que las mujeres fueran “clientes” del partido político del marido o “votantes cautivos” del partido del señor cura.  

En los Estados Unidos, que se considera como la cuna de la democracia moderna, también hubo, hasta hace poco, restricciones muy duras para el voto. Mientras fue legal la esclavitud, los negros no eran ciudadanos y, por lo mismo, no podían votar. Pero incluso después de que se les concedió la ciudadanía, se impusieron restricciones al sufragio en varios estados, sobre todo del sur, de dicho país, para que ellos no acudieran a las urnas. De esa manera, se le quitó el derecho al voto a los ciudadanos que no fueran propietarios de una casa o que no supieran leer y escribir o que no estuvieran al día en el pago de sus impuestos. Estas restricciones no sólo limitaban los derechos democráticos de los negros, sino también de los indios e incluso de los blancos pobres. No fue sino hasta 1965 que todas estas limitantes fueron eliminadas de las legislaciones locales para que, por fin, en los Estados Unidos hubiera algo parecido al sufragio universal que, por cierto, ya se concedía en México en aquel momento.  

Hoy en día todos se llaman a sí mismos demócratas. Pero yo sospecho que no todos los que alaban a la democracia de dientes para afuera creen de manera genuina en los principios de ese sistema político. Quien no acepte que el voto de un pobre, un tonto, un ignorante o un desempleado vale igual, exactamente igual, que el voto de un rico, un inteligente, una persona culta o un trabajador en activo, no puede considerarse como un verdadero demócrata, ni aquí ni en Dinamarca.