Dialogar, ¿para qué?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Dialogamos por varios motivos, algunos buenos, otros muy buenos, algunos malos y otros muy malos. Por eso mismo, cuando escuchamos la recomendación de que hay que dialogar, conviene pedir que se nos aclare qué tipo de diálogo es el que se nos invita a hacer en cada caso.

En su libro de 2007, Dialog Theory for Critical Argumentation, Douglas Walton, destacado teórico canadiense especialista en la lógica y la argumentación, propuso una clasificación de siete tipos de diálogos:

(1) la persuasión, cuya finalidad es la de convencer al interlocutor, (2) la investigación, cuya finalidad es la de verificar junto con el interlocutor una evidencia compartida, (3) el descubrimiento, cuya finalidad es la de formular con el interlocutor una hipótesis, (4) la negociación, cuya finalidad es la de llegar a un acuerdo con el interlocutor, (5) la información, cuya finalidad es ofrecer, obtener o intercambiar información con el interlocutor, (6) la deliberación, cuya finalidad es convenir con el interlocutor acerca de un curso de acción, y (7) la erística, cuya finalidad es combatir al interlocutor.

Podemos o no estar de acuerdo con esta taxología, pero, por el momento nos sirve para subrayar que no todos los diálogos son iguales.

Las reglas de cada uno de estos diálogos son diferentes. Lo que se permite en un tipo de diálogo puede no permitirse en otro. Todo depende de la finalidad de cada uno.

En los diálogos de investigación, descubrimiento o información, lo que se busca normalmente es llegar a la verdad sobre algún asunto. Pero en otros diálogos la verdad no es relevante y, por lo mismo, las falacias y los trucos son admitidos, como en el diálogo erístico.

Me parece que, en la persuasión, la negociación y la deliberación, la verdad también debería cumplir con un rol fundamental y, por lo mismo, también deberían estar reglados por la lógica. Estos diálogos se llevan a cabo en el espacio público, en la democracia, en los congresos, pero también en todos los lugares en donde hay que tomar decisiones colectivas.

¿Qué queremos decir cuando pedimos mayor diálogo en la democracia? Por ejemplo, cuando le pedimos a los precandidatos a la presidencia que dialoguen entre ellos, de cara a la población, sobre sus ideas y propuestas.

No queremos que los candidatos utilicen esos espacios de diálogo para atacarse de manera salvaje o para mentir de manera grosera. No, ése no es el diálogo que buscamos en la democracia.

El modelo de la democracia es una razón colaborativa que no se reduzca a la disputa, la discrepancia o la competencia. El diálogo puede partir de una tesis y una antítesis, pero debe continuar hacia la formación de síntesis, de acuerdos, de coincidencias, que permitan que los participantes se encuentren en un terreno común. En una democracia madura, los adversarios deben poder convertirse en colaboradores.

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