La difícil tarea de los pacificadores

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Cuando los tambores de la guerra, el odio y la división suenan a todo volumen, no se oyen las voces de los pacificadores, de quienes hacen un llamado a la paz, la reconciliación, la concordia. Tal parece que sólo cuando se hace el silencio después de la batalla, por fin se puede escuchar el mensaje de la paz, pero para entonces ya es demasiado tarde.

Si en medio del fragor de la batalla se deja oír la voz del pacificador, muchas veces se le hace callar por considerarlo un traidor. No hay nada que aglutine más a una comunidad, pequeña o grande, que la lucha contra sus enemigos. Por lo mismo, cuando se hace un llamado a la paz, lo que se arriesga no es sólo la derrota frente a los otros, que muchas veces es condena de muerte, sino la división interna, la destrucción de la unidad alcanzada. En México tenemos la expresión de “jalar parejo”, que describe muy bien lo que se espera en el caso de un conflicto. Hay que jalar parejo con los demás. No es momento de dudas, ni mucho menos de abstenciones. Si la guerra se gana, el pacificador quedará señalado como un cobarde, un egoísta. Y si se pierde, quedará marcado como un traidor, un apestado.

En una guerra civil, en una lucha de hermanos contra hermanos, el pacificador adopta una posición neutral que ofende a tirios y troyanos. Dicho en pocas palabras: queda mal con todos. Se le exige tomar partido. Sus llamados a la paz ofenden por igual a los dos bandos. Muchas veces, lo único que le queda es romper sus lazos con las dos partes, irse lejos, exiliarse del seno familiar o de la tierra materna.

Ante estas dificultades se ha sostenido que los pacificadores deben pertenecer a un partido neutral y que, de preferencia, vengan de lejos, no tengan lazos ni compromisos con los partidos en lucha. Es más, hay toda una teoría de la resolución de conflictos que le brinda a los mediadores herramientas para alcanzar su objetivo. Lo que se propone es que, si el pacificador pone sobre la mesa una serie de reglas claras para la negociación y el arbitraje, los bandos en conflicto tendrán la confianza de que se podrá llegar a un acuerdo pacífico que resulte justo para las dos partes.

Por desgracia, hay conflictos que se resisten al arbitraje. A veces, por la terquedad de uno de los oponentes y, otras veces, porque el problema es tan complejo, tan enredado, que no tiene solución pacífica a la vista. Hay quienes afirman que el conflicto es inevitable, que no debemos temerle. Esta posición me parece moralmente inaceptable. Podemos conceder que el conflicto es natural, pero hay que mantener la esperanza de que la paz es humana.

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