Guillermo Hurtado

Dos modalidades del diálogo democrático

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En varios de sus escritos, Luis Villoro trazó una distinción entre la democracia liberal y la democracia comunitaria. Aquí quisiera destacar cómo ambas formas de democracia se basan en distintas concepciones acerca del diálogo racional.

Para la democracia liberal, la democracia consiste en una lucha perpetua entre partidos políticos. Cada partido se organiza alrededor de una visión acerca de la sociedad, la economía y la moral. Los partidos defienden sus posiciones en el espacio público y, en particular, en el congreso. Se ofrecen argumentos a favor y en contra, pero también se arrojan todo tipo de mentiras, falacias e insultos. Los medios de comunicación transmiten este intercambio de palabras y gestos como si se tratara de un espectáculo. De vez en cuando, cada tres o seis años, la gente acude a una casilla electoral para depositar su voto por uno de esos partidos. Las elecciones modifican el escenario político, algunos partidos suben y otros bajan, pero aunque cambien los detalles del guion, el espectáculo sigue siendo el mismo.

Otra opción de la democracia liberal es la negociación. Aunque se esté en desacuerdo con el oponente, se puede transar con él para obtener algún beneficio a corto plazo. Como en una guerra, se hacen alianzas para vencer a un enemigo común o para sobrevivir después de una derrota

La racionalidad de la democracia, entendida de esa manera, es la de la confrontación. Los políticos discuten con sus oponentes y, si no logran convencerlos por medio de la persuasión —lo que rara vez sucede—, entonces se les intenta vencer en una votación en el congreso, las urnas electorales o incluso en un tribunal colegiado. Otra opción de la democracia liberal es la negociación. Aunque se esté en desacuerdo con el oponente, se puede transar con él para obtener algún beneficio a corto plazo. Como en una guerra, se hacen alianzas para vencer a un enemigo común o para sobrevivir después de una derrota.

Como insistió Luis Villoro, la democracia liberal no es el único tipo de democracia que existe.

El filósofo Luis Villoro, en imagen de archivo.
El filósofo Luis Villoro, en imagen de archivo.Foto: Especial

Para la democracia comunitaria, la política no es una lucha entre partidos sino la reunión de la comunidad en asambleas que toman decisiones en torno a los problemas colectivos. Aunque cada individuo tiene intereses y valores distintos, lo que se busca no es atizar la lucha entre esos intereses y valores, sino alcanzar un terreno común sobre el cual se pueda convivir de manera pacífica, constructiva y armoniosa. Se asume que los seres humanos somos capaces de ponernos de acuerdo en torno a los principios e ideales de nuestras comunidades. Aunque no siempre se llegue a la unanimidad, lo que se busca es alcanzar un consenso que satisfaga a la mayoría y no descuide a las minorías.

La racionalidad de la democracia comunitaria, por lo mismo, no es la de la confrontación, sino la de la colaboración. Se dialoga no en contra de un oponente, sino con un compañero a quien no se le tolera, como si fuera un enemigo, sino a quien se le reconoce como un semejante con quien se puede ser solidario, tal como lo manda el principio de la fraternidad. La negociación no está descartada, pero lo que se busca, no sólo es resolver el conflicto, sino encontrar, entre todos, la solución a los problemas padecidos en común. De esta manera, el diálogo en este tipo de democracia no es como el que hay dentro de un tribunal, en donde hay posiciones enfrentadas, sino como el que hay en un equipo de trabajo, en donde aunque haya distintas propuestas, lo que predomina es el interés colectivo en alcanzar las metas deseadas. Dentro de una democracia comunitaria lo que se busca es, sobre todo, deliberar para saber qué hacer. En la asamblea todos opinan por igual y todos se comprometen a cumplir con los objetivos decididos en común.

Los medios de comunicación transmiten este intercambio de palabras y gestos como si se tratara de un espectáculo. De vez en cuando, cada tres o seis años, la gente acude a una casilla electoral para depositar su voto por uno de esos partidos. Las elecciones modifican el escenario político, algunos partidos suben y otros bajan, pero aunque cambien los detalles del guion, el espectáculo sigue siendo el mismo.  

En el modelo de discusión de la dialéctica escolástica, el ponente planteaba una tesis, el oponente una antítesis y, después de un intercambio de argumentos, se daba un veredicto acerca de quién resultaba vencedor. Un fenómeno observado dentro de las discusiones de este tipo es que, muchas veces, el ponente y el oponente van generando síntesis parciales que los van acercando a un terreno de coincidencias. La democracia comunitaria siempre busca llegar a ese plano compartido, a esa síntesis de las visiones encontradas. La democracia liberal, en cambio, alimenta una confrontación entre las tesis y las antítesis para que su peculiar espectáculo nunca se detenga. No debe extrañarnos, por lo mismo, que el populismo que brota de ahí lleve esa tensión a un extremo.