Guillermo Hurtado

La educación pública y el mercado de trabajo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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He leído varios comentarios críticos en torno a la reforma educativa del gobierno actual en los que la acusan de darle la espalda al mercado de trabajo. La educación pública, se afirma, debería estar sintonizada con las demandas de la economía capitalista, que requiere individuos con capacidades que les permitan incorporarse de manera eficiente al régimen productivo. Un sistema educativo que no brinde a sus alumnos las competencias específicas que se requieren para obtener los trabajos que se ofrecen en la economía real, condena a sus alumnos —y al país entero— al fracaso.

No les falta algo de razón a esas críticas, pero debemos tener mucho cuidado en no darles toda la razón, porque no la tienen.   

Los indicadores que medían los resultados del modelo no subieron como se esperaba y, además, el plan se estrelló en contra de las realidades concretas del sistema educativo nacional: el escaso presupuesto asignado al sector, el bajo salario de los profesores, la condición deplorable de las instalaciones, la pobreza de la mayoría de los alumnos

 No es lo mismo la educación que la capacitación. La primera aspira a formar a un ser humano con una concepción del mundo, un sistema de valores y un proyecto propio de vida. La segunda se conforma con instruir a un trabajador disciplinado y competente. No obstante, la educación y la capacitación no están peleadas por principio. En un sistema educativo bien balanceado las dos deberían encontrar un equilibrio armónico. El problema surge cuando, por razones ideológicas, el modelo educativo se inclina demasiado hacia uno de los lados, descuidando el otro.   

 Algo que se puede criticar del modelo educativo que se implementó en México entre 2000 y 2018 es que enfatizó demasiado la dimensión de la capacitación para el trabajo, sacrificando otras dimensiones de la formación humana. Fue por esa razón que en 2009 se intentó eliminar toda el área de humanidades de la educación media superior, porque se pensaba que quitaba un tiempo valioso dentro del salón de clases que podría utilizarse para aprender cosas supuestamente más valiosas, como matemáticas, inglés o computación. Durante esos años se asumió que quienes debían señalar la ruta de los cambios educativos eran los empresarios. Dicho en pocas palabras, se trataba de una educación pública orientada por y para la economía capitalista.   

Estudiantes de la UACM, en una foto de archivo.
Estudiantes de la UACM, en una foto de archivo.Foto: Cuartoscuro

Como sabemos, el modelo educativo implementado entre 2000 y 2018 no tuvo mucho éxito. Los indicadores que medían los resultados del modelo no subieron como se esperaba y, además, el plan se estrelló en contra de las realidades concretas del sistema educativo nacional: el escaso presupuesto asignado al sector, el bajo salario de los profesores, la condición deplorable de las instalaciones, la pobreza de la mayoría de los alumnos. Con esas condiciones materiales, era iluso que alcanzáramos a Finlandia o a Singapur.   

A contrapelo del modelo educativo oficial del periodo 2000-2028, se comenzó a gestar un modelo alternativo desde la oposición de izquierda. Cuando López Obrador fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, entre 2000 y 2005, fundó dos instituciones educativas, el Instituto de Educación Media Superior de la Ciudad de México y la Universidad de la Ciudad de México, en las que ya se adivinaban algunas de las ideas pedagógicas que pondría en práctica, a nivel nacional, en caso de llegar a la presidencia de la República. Desde aquel entonces, varias de las corrientes ideológicas que conforman el trasfondo de la reforma educativa de este sexenio estaban presentes. Una de ellas era el rechazo frontal al predominio de la capacitación para el trabajo en la educación pública.   

Cuando López Obrador fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, entre 2000 y 2005, fundó dos instituciones educativas, el Instituto de Educación Media Superior de la Ciudad de México y la Universidad de la Ciudad de México, en las que ya se adivinaban algunas de las ideas pedagógicas que pondría en práctica, a nivel nacional, en caso de llegar a la presidencia de la República

Recuerdo que en algunas de las discusiones que hubo en torno a la orientación que habría de tener la Universidad de la Ciudad de México, alguien le planteó al rector Manuel Pérez Rocha la objeción de que los planes de estudio que se proponían no permitirían a los alumnos integrarse al mercado de trabajo. La respuesta del Rector me dejó pasmado y nunca la he olvidado, lo que él respondió fue que, si los egresados de la Universidad de la Ciudad de México no encontraban trabajo, el problema de no era de ellos, ni de la Universidad en gestación, sino del mercado de trabajo incapaz de reconocer el valor de la educación crítica que habían recibido los muchachos.   

En el fondo del debate, está el falso dilema de si la escuela debe ser un agente transformador de la realidad social o debe ser un agente al servicio de esa realidad. Ni lo uno ni lo otro en forma exclusiva. Cualquiera de estas dos opciones desemboca en posiciones extremas que dejan de tomar en cuenta el verdadero interés de los niños y los jóvenes.