El miércoles pasado, un adolescente de 14 años de edad abrió fuego contra sus maestros y compañeros en una escuela de la ciudad de Winder, Georgia. El criminal arrebató la vida de dos maestros y dos alumnos e hirió a otros nueve.
El año pasado, la Policía había detectado que el menor de edad había escrito en sus redes sociales que tenía la intención de disparar en su escuela. Aunque interrogaron al chamaco, que en aquel entonces tenía 13 años, el asunto no pasó a mayores. La Policía supo desde entonces que el padre del asesino coleccionaba armas y que poseía un rifle AR-15, como el que se usó en el atentado de la escuela. Este tipo de rifle es el favorito de quienes cometen tiroteos masivos en los Estados Unidos. Se calcula que alrededor de 16 millones de estadounidenses poseen un AR-15, que se pueden comprar por menos de mil dólares. El padre del asesino declaró que él le había enseñado a su hijo el uso de armas y la responsabilidad que ello implica. No obstante, el padre también ha sido detenido y será acusado de asesinato en segundo grado. Lo que se sabe es que el muchacho había desarrollado un interés en el tema de los asesinatos masivos. No ayudó que se burlaran de él en la escuela, al grado de perder el interés en sus estudios.
En 2022, el gobernador de Georgia firmó una ley que permitió a los ciudadanos del estado portar armas sin necesidad de obtener un permiso. Si estas leyes locales son posibles en los Estados Unidos es porque la segunda enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, ratificada en 1791, otorga a los estadounidenses el derecho de poseer y portar armas.
El culto a las armas en los Estados Unidos llega a un nivel que sorprende al resto del mundo. Se calcula que hay casi 400 millones de armas en posesión de los habitantes de ese país. Eso significa que hay más armas que personas. Por más que se busquen razones culturales e históricas para esta adicción, no puede ignorarse el hecho de que el mercado de armamento en los Estados Unidos mueve cantidades enorme de dinero. Los fabricantes estadounidenses no sólo venden armas a sus compatriotas, sino al resto del mundo. Por desgracia, muchas de ellas llegan a México. La mayoría de las armas que circulan en México proceden de allá. En 2021, el gobierno de México demandó a las principales armeras de los Estados Unidos por su negligencia al permitir que sus productos crucen la frontera de manera ilegal y llegan a las manos de los delincuentes.
Cada vez que hay un asesinato masivo como el del miércoles pasado, las autoridades estadounidenses se rasgan las vestiduras y prometen que harán más para evitar que esas tragedias vuelvan a suceder. Ya sabemos que todo queda en palabras. La pasión de la mayoría de los estadounidenses por las armas de fuego no cambiará en un futuro a menos de que se tomen medidas de otra naturaleza.
En los Estados Unidos debe promoverse un cambio cultural que propicie el desarme. Lo que nuestros vecinos del norte deben reconocer es que su fascinación por las armas es enfermiza.
Las películas, programas de televisión y videojuegos que ellos exportan a todo el mundo son una muestra de esa obsesión insana que arrastra a su sociedad a una situación crítica, pero no sólo a ella, sino también al resto del planeta que consume esos grotescos productos mediáticos. ¿Cómo enseñarles a nuestros hijos que las armas son instrumentos repugnantes si hay toda una industria del entretenimiento importada desde los Estados Unidos que muestra a las armas como algo admirable? ¿Cómo enseñar a nuestros hijos que matar es algo condenable, aborrecible, si esa misma industria pinta a sus héroes como asesinos sin castigo ni remordimiento? En otros momentos se hubiera podido intentar evitar que esos productos extranjeros entraran a México. Ahora, con la globalización digital, resulta casi imposible. Tampoco es realista encerrar a los niños a cal y canto y prohibirles que vean sus pantallas. No nos queda más que explicarles con toda claridad que eso que ven en los medios que proceden de los Estados Unidos está moralmente equivocado.