El futuro del lopezobradorismo

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En esta columna he defendido la tesis analítica de que conviene distinguir entre la llamada Cuarta Transformación y el lopezobradorismo.

Dicho en pocas palabras: la Cuarta Transformación es el nombre del régimen populista que reemplazó en 2018 a la democracia liberal constitucional instaurado desde finales del siglo anterior; el lopezobradorismo, por su parte, es la modalidad particular de la Cuarta Transformación definida por el liderazgo de López Obrador.

La distinción entre la Cuarta Transformación y el lopezobradorismo puede compararse con la que hubo entre la revolución mexicana, entendida como un movimiento de largo aliento, y sus diversas modalidades temporales como el maderismo, el obregonismo o el cardenismo, por mencionar algunas de ellas.

De lo anterior se desprende que podemos imaginar una Cuarta Transformación que ya no fuera lopezobradorista (de la misma manera en la que hubo una revolución mexicana que fue cardenista y luego dejó de serlo, por dar un ejemplo). Esta Cuarta Transformación no lopezobradista podría ser mejor o peor que la lopezobradorista, todo dependería de lo que hiciera o dejara de hacer.

Hecha esta distinción podemos plantear la pregunta de si el gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum será una continuación del lopezobradorismo o construirá una modalidad diferente de la Cuarta Transformación (el sheinbaumismo).

Para responder a esta pregunta conviene distinguir entre varias maneras de entender lo que podría ser el lopezobradorismo después del 1 de octubre de 2024.

Un primer sentido es el del liderazgo de López Obrador sobre la Cuarta Transformación. Podría decirse que, así como López Obrador fue el líder indiscutible del movimiento antes de ser Presidente y lo fue de manera absoluta durante los seis años de su periodo presidencial, lo seguirá siendo durante el periodo presidencial de la Dra. Sheinbaum. Hago una aclaración: describir a esa situación como un “maximato” no sólo sería un anacronismo sino un error interpretativo. López Obrador nunca ha sido ni será un Plutarco Elías Calles. La analogía entre ambos no aclara, confunde.

Aquí cabe trazar una distinción importante. No sería lo mismo que López Obrador siguiera siendo el líder histórico del movimiento de la cuarta transformación, es decir, quien continuara señalando la orientación general del partido Morena, que fuera quien tomara las decisiones más importantes de dicho partido en el Poder Ejecutivo y el Legislativo.

Hay otro sentido más débil del lopezobradorismo en el que no hay una intervención directa o indirecta del expresidente López Obrador en las decisiones de gobierno, pero lo que hay es una inspiración de su pensamiento y su obra en las principales acciones de dicho gobierno. De lo que estaríamos hablando, en este caso, es de un lopezobradorismo sin López Obrador. En esta circunstancia, ni siquiera tendría que estar presente el líder histórico para que la Dra. Sheinbaum o cualquier otro presidente que viniera después de ella, gobernara como lo hizo antes López Obrador, es decir, con sus mismos principios y estrategias (o, si se prefiere, con sus mismas virtudes y sus mismos defectos).

Una dificultad para instaurar un lopezobradorismo sin López Obrador es que no hay manera de repetir al ser humano. Se puede copiar su forma de hablar, de pensar, de actuar, pero ya no tendríamos al original, sino a una imitación que puede ser más o menos buena o más o menos mala. Sería muy fácil caer, en este último caso, en una parodia. Lo que se podría hacer, como pasó con el General Perón en Argentina, es gobernar en su nombre, convertirlo en una especie de figura tutelar que sigue velando por el bienestar de la patria a través de cualquier gobernante que se asuma como su continuador. En esta circunstancia, se podría decir y hacer cualquier cosa invocando el nombre del líder, aunque lo que se dijera o hiciera poco o nada tuviera nada que ver con el pensamiento o la acción del personaje real. De esta manera, el lopezobradorismo se convertiría en una fachada demagógica que serviría como un elemento de legitimación de cualquier gobierno morenista en un futuro.

Una vez que hemos planteado las distinciones anteriores podemos volver a preguntarnos si el gobierno de la Dra. Sheinbaum será o no lopezobradorista. La respuesta a esta pregunta no la sabemos ahora, pero la iremos descubriendo con el paso de los años.